viernes. 19.04.2024

De nuevo Carlos Isidro Muñoz de la Espada, autor de "La Galana" nos presenta un fragmento de su obra en el que habla de cómo se forjó la leyenda de la Virgen.

Fragmento de la novela "La Galana"

de Carlos Isidro Muñoz de la Espada, capítulo XII, parte II

La salvaguarda de la patrona de los cuatro pueblos única y exclusivamente por la parroquia de Valdepeñas, trajo enseguida su primera consecuencia.

El párroco de Manzanares, Frey don Pedro Álvarez de Sotomayor, no tardó en presentarse en la iglesia de Valdepeñas en los primeros días de junio acompañado de un coadjutor. Vestido con balandrán negro bordado con la cruz de Calatrava que todos los párrocos de aquella comarca acostumbraban a llevar, entró en la sacristía por la parte de la calle Real y, presentándose al sacristán, exigió ver de inmediato al párroco.

Frey don Victoriano Fontecha acudió presto junto al cura Calao, intuyendo el motivo de la visita del párroco de Manzanares y haciendo responsable de ello a este.

―Ave María Purísima.

―Déjese de historias ―contestó ofuscado el cura con un marcado acento andaluz, denotando así su origen de Lucena ―. ¿Dónde está la imagen?

―Vamos a ver ―continuó don Victoriano―, ya sabe Vuestra Merced lo que se nos avecina. Han robado en Aberturas y no ha quedado más remedio que traerla…

―¿Traerla? ¿Por qué aquí? ―y golpeó la gran mesa de madera―. Es la patrona de cuatro pueblos. No de dos, de cuatro. No tienen ningún derecho a despojar de su patrona ni a mi pueblo, ni a Moral ni a Membrilla. Igual que la han traído hasta aquí podía haber sido trasladada a mi parroquia, ¿no?

―Sí, bueno. Fue la santa imagen la que quiso venirse para acá ―contestó el cura Calao, pretendiendo solventar el asunto dejándolo en manos divinas.

―¿Cómo?

―Sí. Ella misma se vino solita para acá durante la noche. Nosotros, con la mejor intención, la devolvimos el mismo día, pero a la noche siguiente otra vez se encontraba plantada en esta iglesia.

Sotomayor arrugó sus facciones y apretó las manos conteniéndose para no saltar:

―¡Se está usted riendo de mí!

El cura Calao no pudo evitar reírse. La excusa no le había resultado tan necia cuando le surgió precipitadamente en su imaginación. Sin embargo, continuó hablando para llegar a un punto en común:

―Verá, padre. A todos nos queda claro que la Virgen de Consolación es patrona de los cuatro pueblos y que por eso mismo habría que haber buscado mejor modo de solucionar este tema…

―¡De solucionar, nada! La imagen tenía su sitio allí desde hace más de trescientos años y ahí debe permanecer.

―También debe Vuestra Merced reconocer ―prosiguió el cura alzando la voz― que es peligroso que la Virgen estuviera en mitad del campo, expuesta a lo que viniera.

―¿No había una santera allí? ¿Qué sucede que no se hace cargo de protegerla?

―Por supuesto que lo ha hecho y casi la matan en la misma hornacina de la Virgen. Señor, que estos franceses no vienen con buena intención. Sí es verdad que debimos consultar antes de traerla aquí, pero fue la Fraila quien…

―¿Quién es la Fraila?

―La santera de la ermita de Aberturas. Bueno, como iba diciendo, que fue la Fraila la que se vino a refugiar en Valdepeñas. También pudo haberlo hecho en su pueblo, o en cualquier otro, porque todos están a la misma distancia. Tuvo que ser la influencia mariana la que hiciera que se decantara por este pueblo antes que por otro; así que, no es tan descabellado que yo le haya dicho que fue la Santa Madre de Dios la que intercedió para acabar en Valdepeñas.

El manzanareño se giró hacia su coadjutor. No había más que decir. La invasión napoleónica era por momentos más evidente y aventurarse a negar el riesgo que corría la imagen en Aberturas resultaba ridículo.

―¿Cuándo se devolverá la imagen, pues? ―terminó por ceder en la negociación.

―Cuando quiera el Emperador ―se apresuró a decir Fontecha, adelantándose al cura Calao.

―¿Pero qué le digo yo a mi pueblo? Están todos muy enfadados.

―Dígale que fue la Virgen la que, ella sola, se puso a buen recaudo y desapareció en plena noche de su hornacina para aparecer en Valdepeñas.

―No. No creo que nadie se trague la historia de una estatua volando por el Camino Real…

―Pues dígales que ella sola se giraba sobre su peana todas las noches, mirando hacia la puerta de Valdepeñas, y que por esa razón se ha optado por traerla hasta aquí.

El párroco de Manzanares, que había empezado a morderse los nudillos, con la mirada perdida por entre las salomónicas patas de la mesa, añadió:

―No sé yo, no sé yo.

―No lo dude. Su pueblo creerá lo que Vuestra Merced diga. Aunque no sea muy convincente la historia, no le será difícil. Cuando diga Vuestra Merced que se ha entrevistado con el párroco de Valdepeñas y que el problema no es tal, porque ha sido la propia imagen de la Virgen la que se ha volteado por obra y milagro, todos le aclamarán porque habrá sido capaz de ceder ante la voluntad divina.

―Bueno, bueno, ya veré cómo lo hago ―dijo Sotomayor dando por zanjado el asunto. Empezó a colocarse la capucha y se giró buscando la puerta.

―Dispense ―llamó Fontecha, antes de que se marchara―. ¿Cómo van las cosas en Manzanares? ¿Hay movimiento?

―Sí. Como pueden imaginar, anda bastante revuelto. Esos franceses del demonio nos han instalado un hospital militar en pleno pueblo. Y para colmo de males nos traen locos con tantas exigencias y tanto movimiento de tropa.

―Vaya, por lo visto en Santa Cruz de Mudela han instalado un almacén de víveres.

―Por lo que es bien seguro que pretenden seguir pasando por aquí. ¿Y aquí en Valdepeñas cómo va todo?

De cómo se forjó la leyenda de la Virgen