Las camisas tenían unos cuellos desorbitados, estampados imposibles, y una cartera de cuero acompañada de mucho miedo a la hora de ir al colegio, por culpa de la vara verde de los profesores más estrictos.
Sí, éramos inocentes, tímidos y poco sabidillos por culpa de una educación pobre, acompañada de reprimendas y bocadillos de mortadela.
Los más pudientes comían nocilla a escondidas para que los mayores no hurtaran el pan con chocolate.
Pero con muy poco éramos felices, una cuerda, una goma y un árbol a modo de castillo era nuestro reino.
Una pelota vieja, rodillas encostradas y tirones de trenzas hacían lo propio para que justo después tan amigos, sin rencor, solo inocencia y bondad.
Intercambio de cromos, películas de Tarzán, y Espinete, eran nuestros héroes.
Todo dio paso a la pubertad, sin haber aprendido nada de la vida, de los peligros de la vida adulta, de sexo ni mu. Una inocencia que se pierde en la infancia a golpe de trabajo duro para conseguir una vida adulta llena de resbalones, por culpa de una inocencia trasmitida de una generación educada en el miedo y la sumisión.
En ese café tuve que hacer un gran esfuerzo por recordar algunas cosas que ha anulado mi cerebro. Como soy muy práctica me he quedado sólo con lo bueno, las risas y anécdotas vividas.
Desde una cafetería perdida en un pueblo, después de un café y diez copas, terminaremos de fiesta mis amigos, acompañados de mi infancia, buena juerga hasta el amanecer.
Querida Olga gracias por venir, ser mi amiga, y tengo el gran honor de haber vivido junto a ti mi infancia y juventud.