Las calles apestadas de mendigos, el hambre y la inmundicia cerraba el paso a las literas y carruajes de los más afortunados, que a golpe de picaresca y latigazos, consiguieron llegar a lo más alto.
Cuando el,pueblo despertaba de su letargo sueño, el Senado, leones y gladiadores en mano, entretenían, adormeciendo a las grandes masas. Detrás de las murallas de la capital del mundo se apilaban los cadáveres.
En cada esquina una prostituta. Decrépitas marionetas, que desahogan precipitadamente la bragueta y el bolsillo de los más desesperados.
Los aplausos y los abucheos enardecían a un público sediento de emociones, un alto en la rutina, de quienes lo tenían todo. El negocio está servido. Los bares hacen el agosto y mercaderes y camellos llenan las alforjas de oro.
El pueblo se queda dormido, detrás de una pelota, que en su interior, guarda esclavitud y hambre. Brasil capital del mundo por unos días de fiesta y de miseria.