jueves. 28.03.2024
LAS HISTORIAS DE KUKA

Capítulo XLVII. La playa

Cuando las temperaturas suben un poquito, la máquina de pensar se pone en marcha, cambiamos rápidamente las ropas de los armarios, y las del invierno las guardamos cuidadosamente con naftalina.

Las televisiones nos invaden con todo tipo de productos, desde un buen bronceador a los más disparatados productos para pasar un bonito día en la playa. Bonitos documentales, adornados con tortillas de patatas al borde de la orilla.

Sí, el pueblo llano está dispuesto a pasarlo bien con lo que sea. Allí que nos vamos con todos los artefactos sacados de los trasteros, que duran dos horas cada montaje. A la abuela que no le falte sombra, que los peques se queman, y los maridos con la tripa colorá beben cerveza.

Señores, la playa es gratis, para su uso y disfrute de todos, solo faltaba pagar la entrada. No me extrañaría nada tener que pagar peaje, para poder comerte una buena tajada de melón junto a la orilla, o peor aún que a los peques les suban el ibi por hacer castillos de arena, y si sacas agua para la piscinita portátil, otro impuesto más.

Menos mal que si haces pis dentro del agua no se entera nadie, que si no, sondados todos, con el correspondiente pago.

Mis cuarentonas favoritas ya han salido disparadas, con todos los biquinis espectaculares y diminutos de esta temporada. Copa de champagne en mano en la tumbona, se deiletarán viendo pasar a los cachas de turno con esos bañadores minúsculos abultados por gruesos calcetines, porque una cosa es verdad, cuando el hombre sale del agua se queda en nada.

Tatuados, recauchutadas y demás flacas se reúnen en torno de bonitas hamacas como si con ellos no fuera la cosa, hacen uso de una playa vip reservada a pocos.

Está claro que es tiempo de disfrutar, de pasear, de pasarlo bien como cada uno pueda.  De liberarnos de los lastres del invierno. Una cañita fresquita en una terraza, un pescado a la plancha, y un buen helado.

Pequeños placeres que no rascarán mucho nuestro bolsillo, pero harán bien para el alma.

A lo lejos una sombra cargada como un camello nos ofrece las maravillas del lujo callejero, unas gafas, unos relojes, un pareo y todo recién traído vía mar, exclusivamente de los talleres de los más ricos diseñadores.

La sangría se sube a la cabeza, el niño, que no deja a la novia quieta, la abuela se tira un pedo, y a dormir la siesta.

Capítulo XLVII. La playa