viernes. 19.04.2024
OPINIóN

“La Llama Vestida de Negro”

El genial dramaturgo Francisco Nieva es también un escritor tan brillante en novela gótica que en lo que es el ámbito de la novela parece una gloria de la literatura inglesa. Así lo demuestra la mayor parte de la novelería gótica, y más en concreto su inquietante y valiente La llama vestida de negro

francisco nieva 3

Es el caso de que existen fantasmas cuyo grado de inmaterialidad no es todavía absoluto, y como muertos exquisitos y no del todo pálidos se ven condenados a convivir con quienes todavía habitan el mundo de la vida, como es el caso de doña Pacucha Ozores – con claros ecos de la Ana de Clarín - y Cambicio – el personaje más presente en toda la novelería y dramaturgia nievana -. Amar a un muerto guapo, incorruptible, inmortal y aún material, y con un tío obispo que le proporciona pecunia inagotable, tiene ventajas muy evidentes. Y en ese amor cayeron doña Pacucha, en su juventud, y el joven Cambicio, desde cuya perspectiva el narrador nos cuenta la historia. Delirante juego de sujeto diegético y metadiegético el que desempeña este Cambicio, trasunto del propio Francisco Nieva, y que a menudo nos hace trampa como narrador periférico. Valerio de Sotaire – o también llamado le comte de Tartesse o Laurencio Volante, según sus sucesivos avatares de alma en alegría perpetua - es el fantasma material que protagoniza con toda su infinita gama de atractivos esta gran novela nievana, que es un canto a la juventud. Nada de cuanto viva al lado de un fantasma puede ser banal, y mucho menos ordinario y normal. Los fantasmas sólo se relacionan con personas de calidad con largo cuello aristocrático. Es evidente. Los azules intermundia en donde habitan los fantasmas tienen siempre un plus de glamur y aristocratismo.

Como Valerio de Sotaire no ha llegado a la perfección total, en la que los cuerpos se espiritualizan y se hacen intangibles, arrastra todavía su materia ( inmortal, claro ) por este mundo, pudiendo contactar también con el otro, el suyo propio, de suerte que sus amigos ( v. gr. Cambicio ) puede penetrar en mundos maravillosamente bellos y, a la vez, estrafalarios, como ese burdel caliente en donde la gente chapoteando en el barro goza de placeres con cuerpos indefinidos, y en donde el sexo sólo se siente sin líneas ni perímetros anatómicos. O ese valle azul en donde el aire adelgaza y en donde viven en azur unas lindas hermanitas que no paran de tejer bellísimas gualdrapas inútiles, como princesitas burguesas con vaporosos sueños altivos. Los recuerdos más dulces de la vida azulean en el recuerdo, como las montañas lejanas. Paraísos algodonados y sordos.

El elegante fantasma y el apasionado joven Cambicio, que va perdiendo onzas de realidad, marchan al juvenil y cortés París, casi de caballerosidad cretense. Es la época inmediatamente anterior a la Revolución. El siglo que sin duda más cautiva a nuestro autor manchego. Allí conocen a la sanguinaria y feroz caterva del Marqués de Sade, que reprueban en seguida, no por cuestiones morales, sino porque el sadismo busca el placer con tanta fatiga, esfuerzo y trabajo que no compensa en absoluto, pues que se constituye casi en una disciplina y en una misión, antitéticas con el estado placentero y el buen gusto.

El París en que nos introduce Nieva es prácticamente el mismo que el gran Voltaire describiese en su magnífica obra El siglo de Luis XIV, el reino de la extravagancia y el entretenimiento. Unos vecinos que no paran de escribir cartas a sus amistades varias veces al día por cualquiera circunstancia banal; algo así como el facebook de hoy. Con la diferencia de que aquella obsesiva y compulsiva epistolografía generó una literatura de alto coturno, como fuera el caso de Marie de Rabutin Chantal, marquesa de Sévigné, cuyas Cartas, llenas de anécdotas, escritas con gracia y libertad, y con un estilo que pinta y anima todo, constituyen una obra cumbre de la gran literatura francesa, en las que también expone falsos sentimientos y falsas aventuras a corresponsales imaginarios. Junto a la torrencial práctica de enviar cartas, también aquel París es la ciudad de la visitas a todas horas y en todos los lugares. Se recibe mucho, todo es recibir. Se recibe en el tocador, en la cama, en el baño, en el sillón defecatorio. Se devuelven las visitas con música, en procesión y ondeando banderas. No hay paz en las casas. No hay ninguna intimidad en las casas. La intimidad es una querencia arcaica de mal gusto. Se aceptan mirones para la comida y auditores para las conversaciones privadas. Nuestras actividades carecen de interés y dejan de excitarnos si nadie las mira.

París adora al teatro y a sus actrices. La actriz llamada La Torvah era el objeto más precioso de Francia, madre, según Nieva, de dos bastardos, uno del Rey y otro de Monsieur, esto es, el hermano del Rey. Ella es la actriz por antonomasia, que además de saber fumar de un modo kallipýgico lee los pensamientos de los demás como si los oyera.  A lo largo de esta novela de fantasmas no del todo realizados nos asaltan algunas escenas chocantes y atrevidas, de fuerte erotismo e incluso pornografía. Para nada tales episodios amenazan la coherencia de este género de novela gótica, sino que tienen una función de moralista apotegma ejemplificado, con la que ilustrar un sentido de la vida desenfadado, libre, lúdico, nunca ñoño ni fariseo, joven y fuerte. Este encantador libro es, entre otras cosas, un elogio o encomio apasionado a la siempre divina, exaltada y poderosa juventud, esa etapa sublime de la vida en que los ímpetus del cuerpo inducen a saltar las normas sociales, y crear un paraíso eterno y efímero a la vez, isla en el tiempo, en que uno puede llegar a ser verdaderamente feliz.

París es como el escaparate de una confitería, del que quisiéramos engullirnos todo, y la juventud plena carece de límites. Hay que ser un joven muy viejo o enfermo para ser un joven prudente. Libro, en fin, valiente y atrevido escrito con una prosa académicamente armónica y coruscante.

“La Llama Vestida de Negro”