viernes. 29.03.2024

En una situación en la que hay una mayoría de gobierno que no puede ser investida y una mayoría de investidura que no puede gobernar, los españoles nos encontramos contemplando una mesa de póker en la que cuatro jugadores  se enfrentan con el gobierno de la nación como gran premio en la partida. Cuatro jugadores que tratan de engañar al adversario para que nadie sepa qué cartas llevan ni con qué triunfos cuentan. Cuatro jugadores frente a frente tratando de conseguir el poder, aunque algunos no sepan muy bien qué hacer con él una vez conseguido. Pero eso ahora no importa, dicen. Lo que importa es ganar y ya veremos cómo aprovechar la victoria.

Albert Rivera es uno de esos jugadores. “Hemos logrado un acuerdo para la mesa del Congreso”, dice. Gran jugada, jalean sus seguidores. Acto seguido, Rivera declara que no apoyará a ninguno de los demás para formar gobierno, y que a lo sumo contarán con su abstención si las circunstancias son propicias. Mucho buscar acuerdos en algunas cosas, para cerrarse en banda a acuerdos en otras. Proclaman que no estarán en gobiernos que no presidan, y parece que tampoco están por la labor de facilitar un gobierno que presida otro. Mucho hablar de gobernabilidad, estabilidad y de la necesidad de que haya pronto un gobierno, pero poco se mojan para lograrlo. Bien es cierto que no le corresponde a Rivera el primer paso, aunque quizá un poco de contención en las declaraciones no estaría de más. Y como de póker hablamos, la jugada de Rivera sería algo así como “pongo dos fichas”. Típica jugada de apertura para ver por dónde van los demás.

Pablo Iglesias es otro de esos jugadores. “Esta es una sonrisa del destino que deberá agradecer”, dice mientras propone un acuerdo de gobierno al PSOE. Sólo le faltó añadir “tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”. Fabulosa jugada, gritan sus seguidores. Plantea un acuerdo que él dice que es un abrazo fraternal y que en realidad es como el abrazo del oso. Graciosamente permite al candidato socialista ser el presidente, siempre que quede claro que quién en realidad gobernará será él. Y a la vez afirma que si esa propuesta no llega a buen puerto será por culpa exclusivamente de la parte contraria. Apropiándose de la retórica sindicalista del “si algo sale bien es gracias a nosotros y si no es a pesar nuestro”, tiende una trampa en la que espera que caiga aquél al que desea destruir por encima de todo mientras simula hacerle un favor. Tanto criticar al bipartidismo para acabar aspirando a sustituir a una de sus patas. Se salta las normas y las disfraza de lealtad institucional, dejando claro que no está dispuesto a que las formas arruinen su gran deseo de mandar. En el póker sería algo así como “veo tus dos y pongo tres más”. Suben las apuestas, y los espectadores contemplamos con creciente emoción la partida.

El tercer jugador, Pedro Sánchez, ve cómo la alegría le embarga al oír la propuesta de Podemos. Se ruboriza igual que una adolescente al ser invitada al baile por el chico que le gusta. “Agradezco a Podemos su propuesta”, dice. Excelente jugada, celebran sus seguidores. Pero pronto tiene que rebajar su emoción ante las fuertes críticas internas. Críticas que ciertamente no son nuevas, pero que ahora alcanzan niveles feroces. De esos que no hacen más que ponerle palos en las ruedas, piensa. Así que se ve forzado a sacar un comunicado lavando su dignidad herida, más para contentar a los críticos que porque de verdad lo sienta. Y tiene la habilidad de dejar una puerta abierta, puerta que cristalizó en una conversación telefónica de 20 minutos con el líder de la formación morada. Estoy seguro de que más de la mitad de la charla fue algo así como “cuelga tú. No, tú. Tú primero. Vale, los dos a la vez”. Ve cercano tocar poder, ese poder que le permitirá no sólo gobernar el país sino también vengarse de todos aquellos que se han dicho sus amigos, y que en realidad han buscado su perdición desde el principio. Su momento está a punto de llegar. En la mesa de póker se oye claramente un “lo veo”, prudente jugada que permite calmar a los de dentro y a los de fuera, a la vez que mantiene intactas sus opciones.

Y le toca a Mariano Rajoy, cuarto jugador de la mesa. Viendo las apuestas, decide que no se presentará a la investidura que el Rey le propone con la excusa de que no cuenta con los apoyos suficientes. Magistral jugada, proclaman sus seguidores. En una curiosa versión del gato cuántico de Schrödinger, da un paso a un lado a la vez que se mantiene en su sitio. Renuncia por ahora a la investidura, pero no renuncia a su candidatura. La imposible cuadratura del círculo se hace realidad, amparada en lo no escrito y por tanto sujeto a interpretación. Rajoy se ha embarcado en una apuesta arriesgada, porque sólo ganará tiempo. Pero ese tiempo puede ser vital, habida cuenta de que en breve se celebrará el Comité Federal del PSOE y confía en que los barones del partido contrario le hagan el trabajo sucio. Si eso ocurriera, toda la estrategia de sus adversarios caería como un castillo de naipes, y él se erigiría en líder de un gran acuerdo de las llamadas fuerzas constitucionalistas. En la mesa de juego, Rajoy retuerce las reglas y dice “paso, pero sigo”. Los demás protestan, pero de nada les vale. Cuando se pisa terreno virgen lo que tiene más validez es la laguna legal y su interpretación. Algo parecido a esa expresión que dice “en mi casa se juega así”.

Así está la partida. Estas son las apuestas a día de hoy. Todos miran furtivamente a los demás jugadores buscando al primo, cada uno consciente de que si no lo encuentra probablemente el primo será él. Y mientras tanto los espectadores contemplamos la mesa sabiendo que todos van de farol y que el resultado más probable es que se recojan las cartas, se barajen de nuevo y se vuelvan a repartir. Nuevas elecciones no, dicen los cuatro, mientras hacen todo lo posible para que se produzcan. Los cuatro jugadores demuestran ser grandes maestros del politiqueo, de la buena aunque improductiva jugada, del gesto, del engaño, de la astucia inútil. Una pena que en estos tiempos se necesiten estadistas y no jugadores. ¿Pero a quién le importa eso? A ellos al menos no. Pobre país aquel en el que aquellos que desean gobernarlo sólo aspiran a ser más listos que sus rivales.

Notas desde la barrera Cap. XXII: Póker de tramposos