jueves. 25.04.2024

Querida Rosana: Me hubiera gustado escribir sobre lo que podría haber sido hasta hoy tu vida, pero me lo impidió un desalmado el 25 de junio de 1998 cuando decidió segártela de manera criminal. No sólo acabó con tu vida, de otra manera también nos quitó parte de la nuestra, porque tú eras fundamental entre nosotros, los que éramos (y somos) tus amigos de pandilla en Valdepeñas y los que fuimos, además, tus compañeros de carrera en la Facultad de Letras de Ciudad Real. No sé por qué te ocurrió aquello, Rosana. Nadie se lo merece. Fue una injusticia tan grande que no creo que exista en este mundo lenitivo alguno para el dolor que experimentamos aquellos días nosotros y tu familia, ni castigo suficiente para tu enemigo y el de todo Valdepeñas.

Aquella mañana que desapareciste, al enterarnos de tu ausencia, intuimos que algo oscuro había ocurrido. Recuerdo que recibí la fatal noticia en los pasillos del aulario general del Campus de Ciudad Real a la salida de un examen de historia del arte, aquellos mismos pasillos que tantas veces habías recorrido con tu carpeta de apuntes, tu mochila y tu abrigo largo. Tú, como estudiante brillante que eras, ya habías acabado el curso, y preparabas tus merecidas vacaciones en la costa del Sol junto a tu familia.

Fue un instinto muy fuerte y natural el que nos llevó a muchos jóvenes de Valdepeñas, desde aquella misma noche que se supo tu desaparición, a acudir a la puerta de tu casa para apoyar silenciosamente a tu familia. A tu madre, a tu padre, a tu hermano, Agustín, y a tu querida hermana, Cristina, quien, por cierto, en la actualidad es una de mis mejores amigas. Allí impotentes, pero convencidos de que aquello requería una solución lo más rápida posible, decidimos acampar en la plaza de España, frente a la iglesia de la Asunción. En el propio garaje de tu casa preparamos varias pancartas pidiendo tu regreso, y nos repartimos varias tareas, entre ellas la de empapelar con tu foto los pueblos cercanos, confeccionar lazos rosas, y colaborar con las fuerzas de seguridad para peinar el campo. Pasaban los días, y el silencio fue ensordecedor. Recuerdo con mucha tristeza la noticia de la aparición de tu mochila en los saltos del río Jabalón. Un niño, vecino de la plaza, acudió corriendo para darnos la noticia a aquel campamento. Creo que fue él mismo quien la encontró. Fue un jarro de agua fría que nos ahogó. Corrimos a la comisaría de la Policía Nacional, a la calle Castellanos, buscando una explicación a un hecho que ya no queríamos encajar.

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Y aquel campamento, improvisado para unos días, se alargó todo el verano. Allí siempre había gente, establecimos turnos las 24 horas del día. Todos los jueves por la tarde se convocaba una concentración para recordarte que fue multitudinaria algunos días. Después hubo una manifestación, y poco a poco, personas anónimas se iban uniendo a nosotros. Valdepeñas se volcó y las muestras de cariño de tus vecinos es aún inolvidable. Aquel campamento, Rosana, llevaba tu nombre y el de todos los valdepeñeros.

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Solo pretendimos mantener la llama viva de tu recuerdo, reconfortar a tu familia, y llamar la atención de las autoridades civiles y judiciales y de los medios de comunicación para que tu caso (¡ya se había convertido en un caso!) no cayera en el olvido como otros tantos. La prensa se hizo eco incluso a nivel internacional y por supuesto la presión mediática obligó a que tu desaparición fuera preferente en el Ministerio del Interior. Recuerdo ver a la delegada del Gobierno en Ciudad Real acudir muchas veces a las concentraciones de los jueves.

Saber qué había sido de ti fue nuestra prioridad aquel verano del infierno. No lo supimos hasta muchos años después. Si el final fue trágico, la agonía de la incertidumbre fue insufrible. No pudimos hacer más, Rosana, pero lo dimos todo. Ojalá aquello hubiera servido para algo más feliz.

Yo tengo muy presentes aquellos tristes días, pero también tengo muy presente tu sonrisa, tu amistad, y tu simpatía. Recuerdo tu alegría contagiosa, tu curiosidad infinita por las cosas, y tu fuerte personalidad, a la que se unía tu belleza física. Tu humor, valdepeñero de pura cepa, era lo más divertido. Mi último recuerdo es verte en la puerta de aquel piso que yo compartía con otros estudiantes en la calle Calatrava de Ciudad Real y donde algunas tardes nos esperabas para ir juntos a la Facultad de Letras. Un edificio, por cierto, que ahora tiene un aula dedicada con tu nombre. De camino a la facultad, recuerdo que me explicabas numerosos conceptos de arte contemporáneo, de las vanguardias, el área que más te entusiasmaba de tu carrera y que a mí más pereza me generaba. Gracias por tu generosidad.

Querida amiga, cuántas cosas te quedaban por hacer. Desde aquí, mi recuerdo, y el de todos los que éramos (y somos tus amigos). Allá donde estés, espero que seas feliz. Un beso fuerte, y gracias por ser como eras.

Carlos Chaparro

20 años sin Rosana Maroto. Carta a una amiga