jueves. 18.04.2024

Poetas

Poeta
Poeta

El poeta es casi como las demás personas, come, ríe, ama, llora, defeca, duerme, se enfada y, a veces, tiene mal aliento. Camina por la calle anónimo, va al mercado, cocina, se ducha casi a diario y, de vez en cuando, limpia el baño y ordena los armarios. Es como cualquiera, como todos y todas que diría el politiquillo de turno, ése que cree respetar a la mujer sólo porque menciona los dos géneros en su cursi y trasnochado discurso. El poeta se afeita un día sí y otro no, la poeta se maquilla si le apetece y cuando sale a la calle se pinta los labios de un rojo chillón, o no. Viven su particular rutina dependiendo de su estado de ánimo, cuando están tristes y deprimidos se pasan el día en casa, aislados, encerrados a cal y canto por decisión propia, no quieren ver a nadie y deambulan por el pasillo, recorren las habitaciones en bata o albornoz, no se afeitan o no les apetece teñirse el pelo. Cuando están animosos, salen a la calle, irradian alegría, van a comer con los amigos, ríen, fuman, beben y no paran de hablar.

Algunos, los menos, son metódicos y escrupulosos, estrictos con los horarios cuando escriben,  tienen a las musas aleccionadas y les sugieren que deben visitarles en horas de oficina aunque el despacho esté en casa. Sin embargo, la mayoría son anárquicos, andan por ahí libreta en ristre donde apuntan cualquier cosa, un embrión de versos, una idea, memorizan un paisaje, una imagen o una palabra que les ha provocado una sensación y después ya se encargarán ellos de darle forma, de sumar otras palabras y acertar con el ritmo para que suenen bien.

Los/las poetas no son ajenos a su tiempo, tienen coche, escuchan la radio, van al cine y ya leen el periódico en el ordenador, pero cada vez ven menos la tele, porque la tele les aburre soberanamente. Sólo a veces se quedan trasnochando atrapados por una peli en blanco y negro o por una tertulia rara que dan a horas imposibles en la 2, cosa que pueden hacer porque generalmente sus horarios se lo permiten. Están muchas horas desvelados, siempre enfrascados en cavilaciones interiores, buscando palabras que sean bellas, tristes, duras, alegres o reivindicativas pero que rimen entre ellas, o no, que hay mucho verso suelto.

Ellos y ellas son jóvenes, mayores o simplemente de edad indefinida y como casi todos, a últimos de año, hacen balance de esos trescientos sesenta y cinco días vividos y sufridos. A primeros de enero vuelven a realizar proyectos de futuro como publicar un libro, intentan hacer propósito de enmienda, juran y perjuran que no volverán a cometer los mismos errores, pero saben que les será muy difícil cumplir ese compromiso, porque el futuro es impredecible por más que uno quiera atarlo en corto.

Los poemas, que no entienden de género, sirven para que cada día haya más poetisas. Ellas son alegres, frescas y desinhibidas, mujeres que hablan sin tapujos de su mundo de féminas, o de otros espacios, los de la imaginación.

La Red, que proporciona nuevas dimensiones para la comunicación, también lo es para la poesía pero todavía el papel no es reliquia y allí, entre las hojas de los ejemplares de la estantería, se guardan versos y flores secas de la primavera. También en la nube se almacenan poemas pero pasado el tiempo son difíciles de atrapar porque el archivo suele dar error. Algunos ilusos se creen poetas porque se han auto-publicado un libro o por escribir versos en un blog y su éxito será efímero porque el tiempo les dará su merecido, es seguro que después de unas jornadas pasarán al olvido más absoluto. Otros, sin embargo, son poetas en todo momento y no lo saben.

Casi todos los reconocidos están enfrentados al poder, firman manifiestos, son reivindicativos e intransigentes, a veces un poco endogámicos, porque se premian entre ellos, se leen entre ellos, se etiquetan o los etiquetan y siempre ven enemigos entre sus colegas. Los hay con más ego y con menos, envarados y accesibles, serios y divertidos, son como casi todo el mundo. 

Pero es verdad que el poeta de este tiempo es más anónimo, viste igual que cualquier transeúnte, ya no es aquel tipo triste y desarrapado de barba mal cuidada, bufanda de lana y ropa decadente. Es posible que los falsos poetas quieran vestirse así, de pasado rancio y trasnochado. Ahora los rapsodas huelen a colonia y a sudor, pasan desapercibidos por la calle, en los salones, en los despachos y son difíciles de distinguir a simple vista.

Pero hay algo dentro de ellos que los diferencia de los demás mortales, detalles que no todos percibimos pero que poseen, gestos y cualidades que les hacen ser distintos. Hombres y mujeres que son magos de los vocablos, albañiles de las palabras, seres con una sensibilidad especial, peculiar, intuitiva, sublime. Parcos a veces, otras ingeniosos y tenaces siempre, porque ellos reivindican la diferencia, son intransigentes en todo momento y exploran los sueños propios y ajenos, su objetivo es claro: buscar la utopía, la verdad o la belleza a través de estrofas, versos y rimas.

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