sábado. 27.04.2024

Los viticultores de esta región hemos estado años (toda la vida) descargando remolques de uva sin saber a como nos la iban a pagar… y sin rechistar. Hemos aguantado sin un pío en la asamblea de la cooperativa (y las más de las veces sin ir siquiera) que se aprobaran descuentos en la liquidación para hacer grandes inversiones en depósitos e instalaciones que acababan sirviendo de almacén gratis para la industria. Hemos tenido paciencia infinita para que nos pagaran o nos liquidaran cuando fuera menester. Nos hemos quedado ojipláticos, pero mudos, cuando después de meternos en reestructuraciones y variedades mejorantes nos las han pagado más baratas que el airén de toda la vida. Hemos asistido como si fuéramos de palo a que entraran barcos de vino, supuestamente para sangrías, mientras aquí estaban los depósitos rebosantes de vino “a como se lo lleven”.

Y todo eso ha estado pasando mientras escuchábamos sin un asomar una arcada los discursos políticos.

Sería absurdo negar el evidente desequilibrio entre oferta-demanda en el vino de la región y la ausencia (en muchos casos) de una gestión y una estrategia comercial inteligentes por parte de las cooperativas. Pero reducir el problema a eso es una simplificación grosera.s en grandes eventos sobre el mayor viñedo del mundo y los records históricos de producción y de exportación… mientras soportábamos con estoicidad espartana las regañinas de los gurúes del sector diciendo que la culpa de lo que nos pasa es nuestra, de los viticultores, porque no producimos calidad y no estamos organizados... mientras, en el colmo de las tolerancia, le sufríamos a alguno de los que dicen que nos representan predicar que “es de tontos producir lo que no se va a vender”. ¿Dos vueltas?... parecen pocas.

Lo han demostrado esta vendimia los viticultores de Valdepeñas que han dicho que no les cabe ni una vuelta más y que sí…, que vale…, que vamos a producir calidad y lo que pida el consumidor; pero que nos digan a cuánto. Y que, además, vamos a dejar muy clarito a dónde van nuestras uvas, qué vino se hace y cómo se etiqueta y se vende. Porque esto del “autocontrol” de las bodegas ya hemos visto el camino que lleva: a uvas de ruina y a regalar una botella de Valdepeñas por la compra de un kilo de chuletas.

Después de tener 6 días las espuertas boca abajo la dura realidad del campo se impuso y hubo que echar a vendimiar… pero la denuncia del precio y el contrato ahí quedó, con las tijeras en alto. Los viticultores de Valdepeñas se muestran firmes en pedir una actualización de los rendimientos y del pliego de condiciones; en poner coto al aumento descontrolado en los últimos años de los tintos tradicionales (mezcla de mostos blancos y tintos al 50 %); en que hay que asegurar la solvencia técnica y ética de la Certificadora de la que depende toda la limpieza y corrección del proceso de elaboración y tipificación del vino; en exigir el cumplimiento de los contratos y los plazos de pago que rigen por Ley y en que se empiece de una vez (se lleva incumpliendo desde 2010) a identificar en la etiqueta y la contraetiqueta que es lo que va dentro de una botella de Valdepeñas.

En todo esto tiene un papel fundamental la Consejería de Agricultura. Que Martínez Arroyo, el Consejero, no le va a poner un precio a la uva ya se sabe… pero lo de delegar sus competencias de tutela en el “autocontrol” de la bodega con certificadora externa ya se ha visto que no funciona. Para que se entienda, esto del autocontrol es lo que ha estado haciendo la Wolkswagen y miren la que ha liado. En cualquier caso los viticultores valdepeñeros ya no se fían y es hora de inspeccionar y poner orden.

Es bastante chusco que a los viticultores, a los agricultores y ganaderos en general, se nos esté acusando en estos últimos tiempos, sobre todo a raíz de la entrada en vigor de la Ley de la Cadena Alimentaria, de querer saltarnos las reglas del mercado y la libre competencia porque reclamamos que los precios que percibimos por nuestras producciones cubran como mínimo (que somos pobres hasta para pedir) los costes de producción. Quien nos acusa de querer alterar la competencia -que es una parte, la más deshonrosa parte, de la industria- se cisca en ella cuando le apetece pactando precios a la baja o jugando a la ambigüedad (dejémoslo ahí) con las calidades de lo que le vende al consumidor. No es fácil que los poderes públicos salgan de su indolencia para sancionar sus abusos y tienen que ser casos muy evidentes como el destapado hace unos meses en el sector lácteo.

Eso es lo que le pedimos a nuestros Gobernantes, al Ministerio y a la Consejería, que asuman su responsabilidad en evitar que quien ostenta una posición clara de dominio del mercado campe a sus anchas sin temor ni decoro alguno… Y ya de paso, no estaría mal que encargaran un estudio de genotipado a los viticultores de Valdepeñas por si se encuentra algo que nos pudieran inocular al resto.

Ni una vuelta más