sábado. 20.04.2024

Cuando en España corren tiempos difíciles y hay quienes piden la independencia de Cataluña por la "vía eslovena" (una guerra que dejó 62 muertos y más de 300 heridos), también hay quienes han vivido en el siglo XXI una guerra, como es el caso de Arnes Alagic, refugiado bosnio que reside en Valdepeñas, que no entiende cómo se puede hablar de ello “tan a la ligera”. Arnes Alagic tiene 44 años y cuando estalló la guerra de Bosnia, tenía 16. Una guerra que comenzó en 1992 y duró hasta 1995, que se llevó por delante miles de muertos y heridos.

Alagic huyó de la guerra y hoy nos cuenta lo que vivió, una historia dura, terrible, que le llevó a ser refugiado bosnio en España, que le separó de su familia, también nos habla de cómo su padre, que ya falleció, estuvo en un “campo de concentración”, así llama Arnes al lugar donde retuvieron a su progenitor durante mucho tiempo.

Este bosnio, afincado en Valdepeñas, nos cuenta cómo su vida de niño era normal: “Vivía en la ciudad de Sanski Most (donde nací) con mi familia, nuestra vida era como la de cualquier otra familia que trabajaba, íbamos al colegio, jugábamos con los amigos, practicaba deporte como Baloncesto o Karate, en fin, lo dicho, una vida normal. De pronto, estalla una guerra y todo ello desaparece y se convierte en una verdadera película de terror, con la diferencia que todo era real”.

Durante la entrevista, Arnes está acompañado por su familia: su esposa Sagrario, que es de Valdepeñas, al igual que sus dos hijos. También les acompaña la madre de Arnes, Enisa, que también vivió en España y que después volvió a su país, este mes de diciembre pasa en Valdepeñas parte de las vacaciones de Navidad, ella también nos ha contado cómo vivió aquellos años de terror. Pero esta historia no es para un solo artículo, sino para varios, además de la genial idea que ha tenido Arnes de contarla en un libro, que ha comenzado a escribir.

Arnes comienza su relato hablando de historia y de cómo confluían distintas religiones en su país “las religiones mezcladas con la política no son buenas, pero en mi pueblo convivíamos distintas religiones y nos llevábamos muy bien”, explica Arnes, quién cuenta que al estallar la guerra “cada día luchábamos por la vida, una vida que según los mercenarios costaba 100 euros, éstos llegaban a los más pobres y por 1.000 euros les llevaban 10 balas”. 

Pero Arnes, después de tantos años, se emociona al hablar de su momento más duro “cuando tuve que separarme de mi familia porque unos amigos querían llevarme a luchar en la guerra, eso suponía tener que matar a mis vecinos con una pistola en la nuca y encima 'no falles'. Aquello no entraba en mis planes, y me marché en un convoy que llegó a mi pueblo. Cuando se lo comenté a mi madre, ésta se asustó, porque esos amigos con los que antes había jugado me habían dicho que como no me pusiera de militar, me mataban”. Pero eso no es todo, la situación ya era muy dura porque su padre estaba en un campo de concentración, su madre y su hermano viviendo en casa de su tía, había hambruna, no se podía “cultivar porque los campos estaban minados”, explica Arnes.

El terrible viaje para salir del horror de la guerra. La huida en el convoy de camiones, coches, furgonetas, dónde iban más de 500 personas, fue terrible “íbamos mucha gente en el camión y hacía mucho calor, no teníamos agua y murieron tres personas, sobre todo personas mayores. Yo abrí una rejilla en la lona del camión para no ahogarme y poder respirar, los que iban al fondo fueron los que perdieron la vida, pero ni entierro ni nada, los tiraron a la cuneta y allí se quedaron como si fueran animales”. Llegaron con el convoy a una franja de 32 kilómetros, entre Serbia y Bosnia, que tenían que cruzar  andando y era “zona de nadie”, según Arnes. Era de noche y comenzó a llover a mares “vi a una mujer, que debía tener unos 27 o 28 años, con un niño pequeño que llevaban una maleta, cogí al niño para ayudarles e ir más rápido. De repente, en una ladera vimos sombras, eran hombres que llevaban vestimentas negras y capuchas de borrego, con enormes barbas, un grupo guerrillero que se llamaban los Chetniks, gente con cuchillos que se dedicaban a robar, a saquear, y pensé que hasta ahí habíamos llegado, que era nuestro final. Ellos sabían que mucha gente que huía llevaba dinero o joyas para luego comprar algo en la zona libre”. En este punto Arnes, hace un inciso para tragar saliva ante lo que nos iba a contar: “Aquel día fue terrible, vimos cómo estos hombres tiraban por un puente a una niña y a su madre, aquello era como una película de terror, pero no, era real. La mujer que venía conmigo no quería separarse de mí y nos fuimos por otro lado, todo esto andando y lloviendo a mares. De pronto, estos hombres aparecen, la paran a ella y le piden lo que lleve, cuando iba a quitarse los pendientes para dárselos, tiraron de ellos y le rajaron las dos orejas, sangraba a chorros, le rompieron la camisa que llevaba por si dentro había alguna joya, el sujetador incluso por si guardaba algo dentro de él. Estaba muy asustada pensando que la iban a violar, pero los ladrones tenían prisa por robar y como no tenía nada más la tiraron al suelo y le pegaron una patada en la espalda, finalmente se escapó y corrió hacia mí (yo iba andando despacio para que ella me alcanzara), iba sangrando. Su hijo lloraba, tenía hambre, estaba aterrorizado después de lo que había vivido. Le corté la sangre a la madre como pude y avanzamos hasta una zona en calma, donde seguimos andando sin mirar atrás. Dejó de llover y llegamos a un lugar donde nos dieron el alto unos hombres y nos dijeron que estábamos a salvo en Bosnia. En ese lugar había autobuses para llevarnos a una zona tranquila, nos dieron mantas y comíamos de lo que me dio mi madre, algo de pan y latas de paté. Nos dejaron en un pabellón y allí había camas para dormir y médicos que te revisaban y nos atendían muy bien". Aquí Arnes hace un paréntesis para decir que “a esa madre y a ese niño, después de estar con ellos tanto tiempo y vivir esas terribles experiencias no he vuelto a verlos y ni se cómo se llaman, ni donde pueden estar. Seguro que ella está pensando lo mismo que yo. Hoy el niño puede que tenga 28 años, en aquel entonces tenía 2 añitos. Son historias que surgen y que después te gustaría saber de ellos”. Continuará….

Arnes Alagic, un refugiado de Bosnia en Valdepeñas. El niño de la guerra (Parte I)