sábado. 20.04.2024

El esfuerzo y el trabajo que realizamos todo el grupo de Valdepeñas (sin obviar por supuesto el del resto de delegaciones en toda España) se ha visto recompensado con este viaje. Esta vez me ha tocado a mí, pero no soy yo sola, somos un grupo de personas que cada día trabaja, en Valdepeñas, porque los más pobres tengan futuro y sobre todo dignidad. He sido los ojos que han visto y ahora espero ser la voz que os transmita lo que ocurre en el Tercer Mundo y lo que Manos Unidas lucha por realizar proyectos para los más necesitados. Una labor impresionante de la que he tenido el honor de ser testigo.

Detalles y Emociones

Hemos viajado a la India, concretamente al estado de Jharkhand, al noreste de este país lleno de contrastes y de color, de millones de seres humanos que van de un lado a otro, mezclándose con los coches, las motos, las bicis, las vacas, cabras, perros, suciedad, casas derruidas, fachadas con mugre, como si todo formara parte de un paisaje extraño, irreal, que parece pertenecer a otra galaxia a otro mundo, tan lejos de nosotros, de nuestro primer mundo que te resulta difícil asimilar.

Ramón, Antonio, Nacho, Rosa, Lourdes y yo éramos los representantes de Manos Unidas allí, en la India, miembros de Manos Unidas de Madrid, Sevilla, Zaragoza, Málaga y Ciudad Real, que emprendíamos un camino a lo desconocido donde nuestros ojos, nuestro corazón y nuestra fortaleza iban a ser los pilares que nos ayudarán a contar al primer mundo lo que el tercer mundo sin nosotros no puede afrontar. Cuando aterrizamos en el aeropuerto de Nueva Delhi y más tarde en el de Ranchi (capital de Jharkhand) dejamos atrás largas horas de vuelo, de insomnio, de cansancio y de nervios, dejamos atrás nuestro primer mundo para entrar en otro que no se le parece en nada.

Lo primero que nos encontramos nada más salir del aeropuerto de Ranchi, fue a los misioneros y misioneras que nos esperaban para llevarnos a un viaje fascinante y duro a la vez. Estrechar sus manos, su sonrisa y su cariño nos hicieron relajarnos.

Visitamos proyectos impresionantes y nuestros ojos, que no querían perderse detalle alguno, captaban todo lo que nos rodeada: colegios, hospitales, internados, orfanatos, y junto a lo material, lo divino, lo mejor de todo: niños, mujeres, hombres, seres humanos que con su sonrisa y su calor al recibirnos nos hacían sentirnos extraños, grandes por un lado y pequeños, muy pequeños por otro. Sentimos su calor y nos enamoramos de ellos, les abrazamos, les cogimos de las manos, y nos dieron todo, su valor, su fuerza, nos mostraron sus ganas de vivir, de ser humanos y nosotros les hicimos sentir así. No nos importaba tocarles aunque estuvieran sucios, con sus ropas roídas o viejas, no nos importó coger en brazos a niños llenos de piojos, con sus caritas dulces, no nos importó tocar a  los que tenían Sida, no nos importó que estas personas, que lo son, se sintieran humanos e importantes porque el blanquito o blanquita del primer mundo estaba compartiendo con ellos su dolor, su tragedia, su pobreza, su Tercer Mundo.

Y así fue como durante diez días, nuestro Primer Mundo, nuestra riqueza material se desvaneció y nos pusimos a su altura, para sentir en primera persona lo que ellos sienten, lo que viven, lo que sufren cuando los niños se quedan sin padres por culpa del sida o la tuberculosos o la malaria, o cuando las mujeres luchan por su salud y la de los suyos, por emprender, por aprender. O cuando las niñas son víctimas del tráfico de niñas y te cuentan su historia y lloran, y se desmoronan y tú lloras por ellas, por su tragedia, por sus familias que las repudian cuando son rescatadas y quieren volver al hogar y no pueden y gracias a las monjitas, a los proyectos de Manos Unidas vuelven a tener vida a ser personas, y no despojos que nadie quiere.

Interactuamos con ellos, con su forma de vida, bailamos, lloramos, reímos y nos emocionamos, y todo ello nos hizo sentirnos más humanos. Todo ello dio sentido a la labor que hacemos desde aquí, al trabajo que cada delegación de Manos Unidas realiza. Nos dimos cuenta que gracias a todos los que integramos está gran ONGD ellos tienen dignidad.

No nos importó dormir en camastros, envueltos por mosquiteras, acompañados de arañas, salamandras y otros bichitos, porque todo lo vivido y lo que quedaba por vivir llenaba nuestra cabeza de sentimientos y emociones de las que esas menudencias no formaban parte.

Detalles y emociones que hay que asimilar, que no hay que olvidar, como cuando una monjita, una misionera, te coge de las manos mientras te despides de ella y te dice: “no nos olvidéis”, y tú te das la vuelta y tus ojos se llenan de lagrimas y piensas: “como os voy a olvidar después de lo vivido”. Emociones como cuando llegas a ver un proyecto de ampliación de un hospital y te dicen que tienes que poner la primera piedra y te sientes orgullosa de ser de Manos Unidas, la responsable de que los enfermos del tercer mundo tengan ese hospital.

Nunca olvidaremos que estuvimos allí, en la India, donde el color, la luz y los contrastes no tapan la miseria de un país en el que la vida humana no tiene valor.

 

 

Detalles y emociones de mi viaje a la India con Manos Unidas