martes. 07.05.2024

Una experiencia que gusta mucho a profesores y alumnos y que tienen pensado repetir. Uno de los alumnos participantes, Juan Jesús Rubio, ha querido relatar su experiencia en el siguiente artículo.

Saludos a quien esté leyendo esto. Hace tres días terminé el camino y pensé que sería buena idea escribir un artículo de la experiencia, aunque ahora que lo pienso creo que esto acabará convirtiéndose en un diario... Empecemos.

Sin duda es una experiencia muy interesante. De la que se pueden aprender muchísimas cosas, como por ejemplo que con dos camisetas y dos pantalones y una mochila te haces el camino; además del dinero y esas cosas… También hablaré de lo divertido que puede llegar a resultar caminar junto a personas que no conoces pero con las que, cada día, duermes junto a ellas.

El 5 de junio estábamos ya preparados, en la entrada del instituto. Cinco alumnos, una alumna y dos profesores; de los cuales uno era además sacerdote. Salimos con los dos coches, a las nueve de la mañana aproximadamente. Tengo que reconocer que, personalmente, odio las autovías y autopistas. No es que me sentara, digamos… bien, el estar en ellas durante siete u ocho horas… Pero no me quedó de otra. Paramos dos veces, una en Salamanca y otra en Zamora. Por las cuales dimos una vuelta, almorzamos y visitamos la zona turística. En Salamanca encontramos el famoso astronauta en la fachada de la Universidad, aunque en realidad nos la señalaron antes siquiera que llegáramos a los pies de la fachada.

Después de estas dos paradas continuamos, nuestro destino era Lugo, y cuando llegamos daban las cinco de la tarde. Teníamos que dormir en un seminario, por lo que estuvimos esperando, cosa de una hora, a que el delegado nos atendiera. Cuando lo hizo nos enseñó nuestras respectivas habitaciones, poco después salimos del seminario. Andamos por encima de las murallas de Lugo. Cuando bajamos de ellas cenamos en un bufet libre de pizza, ¡cinco pizzas nos comimos!

Al amanecer, luego de desayunar, fuimos a Baamonde, en donde pensábamos empezar el camino. Nosotros seis nos quedamos allí y ellos dos se fueron. La idea era que los dos profesores fueran con los dos coche hasta Roxica (en donde dormiríamos), dejarían allí un coche, volverían a Baamonde en el otro y andarían con nosotros los veintisiete kilómetros, al llegar a nuestro destino tomarían el coche que dejaron antes e irían hasta Baamonde. En donde, ya con los dos harían un viaje más a Roxica. Esta sería la historia que se repetiría todos los días.

Entonces comenzamos aquel día a andar, a los siete kilómetros nos encontramos una fuente, en la que estuvimos parados un buen tiempo, ya no recuerdo el porqué, pero sí recuerdo que en ella nos refrescamos, y eso estuvo genial. Continuamos sin ningún problema e incluso encontramos una señal que decía: “apoyo al peregrino, 200 m.”, con lo que dejamos entrever una pequeña sonrisa. Se podría decir que lo peor de aquel día, en mi opinión, fue que resultaron ser dos kilómetros más de lo que esperábamos, aparte de la ampolla que me salió a mí, y que durante los siguientes días no hizo más que acrecentar.

En Roxica cenamos, vigilados por nuestra anfitriona,  luego nos fuimos a dormir a una habitación con literas, con nosotros también durmieron un pequeño grupo de franceses. A la mañana siguiente por fin estrené el bastón que había comprado y comenzamos la nueva etapa, que consistió en un camino que cruzaba por campos de maíz y de vez en cuando entre verdes bosques de eucaliptos repletos de helechos. A decir verdad, a veces los paisajes por los que andábamos poco se parecían a los vistos en el día anterior. Unas veces subíamos por enormes pendientes y dábamos a unas lomas sembradas por enormes rocas; y otras, volvíamos a bajar y nos adentrábamos en nuevos bosques,  esta vez llenos de hayas y robles. Lo que sí era indiscutible, al menos durante los primeros días, es que siempre nos acompañaba el ruido de alguna lejana motosierra.

En esta segunda etapa fue cuando empezaron los largos tramos de asfalto por el Camino del Norte. Pero mereció la pena cuando llegamos al lago que los monjes medievales de Sobrado habían creado. Quisimos bañarnos en él, pero finalmente, al entender que no era precisamente un lugar de baño, abandonamos la idea. Sin embargo, más tarde mis compañeros decidieron  bañarse en una piscina de Sobrado. Luego de ver el lago llegamos al propio monasterio de Sobrado dos Monxes. Un monasterio que me recordó muchísimo al que aparecía, tanto en el libro como en la película, en El Nombre de la Rosa. Entramos a su iglesia, vimos los detalles que distinguían entre el estilo románico y lo edificado posteriormente, cenamos en un bar del pueblo y dormimos en uno de los tres claustros del monasterio.

A la mañana del siguiente día salimos de aquel pueblo. Continuamos. Muchas veces los caminos por los que andábamos estaban llenos de las plastas de vacas y caballos, supusimos, entre risas y gracias, que los peregrinos que iban a caballo eran los causantes. Fue en ese día cuando conocimos a un italiano que decía haber venido de Italia haciendo autoestop, no pensaba regresar ni tampoco dejar de viajar, además se defendía bastante bien con el español; sin embargo, cuando nosotros lo vimos, con esas sandalias atadas con esparadrapo y ese olor que traía consigo tan poco agradable, lo tomamos por loco y lo dejamos atrás, continuamos. En cuanto a mí, cada vez cojeaba algo más, pero entre los parches que mis compañeros me dejaron y unos desgastados calcetines de lana, podía seguir andando. El último tramo de la caminata consistió en una enorme subida por carretera a Arzua, y encima con el calor que al medio día hubo, fue horrible. Del tiempo que estuvimos en aquel pueblo no tengo mucho que destacar, solo que el albergue (Selmo se llama) es bastante nuevo. Dormimos, tal vez, con cincuenta personas más. Las literas no estaban muy separadas unas de otras; pero no fue algo molesto a la hora de dormir.

Al fin, en el día 9, se juntaron el Camino del Norte con el Camino Francés. A partir de aquí andamos siempre junto con muchísimos peregrinos, cada cuatro minutos te adelantaban o les adelantabas tú. Incluso de vez en cuando te topabas con alguien que con su mochila y su saco de dormir hacía el camino, pero en la dirección contraria a la nuestra. Fue una etapa en la que pudimos disfrutar de la sombra de los árboles, por muchos bosques pasamos.

  Llegamos a Pedrouzo. El albergue Edreira, para mí fue, junto con el monasterio, los mejores lugares en donde dormí. Pues nos alojamos en una única habitación con bastante luz durante el día, y con puerta además. Allí también nos encontramos con unas chicas (alrededor de los cuarenta años) que ya había visto yo en Arzua. Durante los días que siguieron siempre hubo un momento en el que las veíamos, estando caminando o ya en el albergue. Para aquel entonces ya teníamos casi todas las credenciales llenas de sellos.

El trayecto que hubo a Monte do Gozo transcurrió de una manera bastante tranquila, esta vez solo fueron quince kilómetros. Es más, transcurrió para mí tan tranquilamente que hicimos un grupo de lisiados: contando mis ampollas, la tendinitis del cura, y el jodido tobillo de Álvaro (un chico que conocimos en aquel día). Al llegar al Monte nos hicimos fotos en el monumento a Juan Pablo II, y bajamos a los barracones del albergue. Precisamente en ese albergue mis compañeros consiguieron un balón que estaba colado en el tejado, pero a la tarde el delegado del complejo se lo llevó diciendo que era suyo. Suerte que a la noche nos lo prestó, por lo menos para entretenernos un rato.

Curiosamente, a la mañana del día de llegar a Santiago me dejaron de molestar las ampollas, me puse las deportivas y apenas sentí el dolor. Imagino que sería gracias a los apósitos compeed.

Cinco kilómetros quedaban para llegar a la catedral, nada más. Así que, sin ninguna prisa, a los que les quedaban pocos sellos para llenar la credencial se les permitió el ir en zig-zag, yendo de hotel en hotel.  Luego de esto, llegamos al casco antiguo, y finalmente a la catedral. Lo primero que hicimos fue echarnos fotos junto a ella, después dejamos nuestras mochilas en el seminario/hospedería San Martín Pinario. Para acabar la mañana, en la oficina del peregrino nos pusieron el último sello y nos dieron la Compostela. Y como no, también pudimos ver los restos del apóstol dentro de la catedral, al igual que al botafumeiro volar de una nave a la otra.

En mi opinión, lo más significativo de esta experiencia es que sin duda puedes comenzar el camino yendo solo. Pues para mí, lo ideal es hacer un grupo con otros peregrinos que te encuentres, dormir con ellos, hacerte amigo suyo, hacer amigos. Y resignarte a caminar lo que tengas que caminar para llegar a Santiago, incluso si acabas lisiado.

            Buen camino

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Profesores y alumnos del Balbuena han realizado el Camino de Santiago