jueves. 18.04.2024

Sin los apologistas del Siglo II

Ante los furibundos ataques, saturados de odio y calumnia, que sufre actualmente la Iglesia Católica (martirios por persecución religiosa, expulsión de los medios de comunicación por sectarismo ideológico, etc. ), desgraciadamente ésta no tiene para contrarrestarlos en el plano teórico a los egregios y eruditos apologistas del siglo II, maravillosamente formados en humanidades, además de tener un genio natural. 

Ante los furibundos ataques, saturados de odio y calumnia, que sufre actualmente la Iglesia Católica (martirios por persecución religiosa, expulsión de los medios de comunicación por sectarismo ideológico, etc. ), desgraciadamente ésta no tiene para contrarrestarlos en el plano teórico a los egregios y eruditos apologistas del siglo II, maravillosamente formados en humanidades, además de tener un genio natural. La falta de buenos planes de estudios en nuestros seminarios casi deshabitados, ha hecho que la Iglesia no tenga hoy una hueste de intelectuales bien preparados que la defienda concienzudamente y con contundencia de las insidias envenenadas de sus enemigos, sino que írrita y desnuda se presta sólo a las bofetadas. Hoy se echa de menos apologistas como Arístides, san Justino, Taciano, Atenágoras, Teófilo de Antioquía o Hermias, que defiendan a la Iglesia a partir de un impecable bagaje humanista. Hace sesenta años un cura era un hombre culto, e incluso muchas veces un intelectual, que sabía subrayar y realzar desde el plano teórico la misión de la Iglesia, además de defenderla contra sus detractores. Hoy la cosa ya no es así. Y sólo muy de vez en cuando las homilías te tocan el corazón. Se quiere que el catolicismo vuelva a ser una “religio illicita”, como en los primeros siglos del imperio, gritándose una vez más el imperativo que el pagano Cecilio profiere en el Octavio, de Minucio Félix: “Eruenda prorsus haec et execranda consensio. Christiani conquirendi et puniendi sunt”. Los enemigos de la Iglesia no quieren, por el momento, hacer mártires, sino apóstatas a través de la educación y el adoctrinamiento sistemático.

Por otro lado, como atacar a la Iglesia sale gratis, pues que aquí la persona es respetada como sagrada, los cobardes malvados nutren la barbarie y realizan ordinarieces en las Iglesias – su valor no llegaría nunca a realizar estas procacidades en las mezquitas, claro – que luego son jaleadas por la bizarra progresía. En el siglo II el populacho calumniaba a los cristianos con inverecundas uniones edipeas y canibalescos convites tiesteos en que se comían infelices bebés enharinados. Otros contaban que durante la misa se daba culto a las partes pudendas del propio sacerdote, y que apagados los candelabros los fieles se unían al azar entre impúdicas tinieblas. Pero la índole peregrina de estas calumnias infames, nacidas del más ignaro populacho, no es mayor que la que hoy se da contra la Iglesia por los eternos grupos tocados de prejuicios milenarios. 

Los intelectuales enemigos de la Iglesia en aquel Imperio eran más finos que la plebe y que nuestros iletrados coevos. Tal es el caso de grandes escritores, como Luciano de Samosata y de Celso. Mas si Luciano fue el Voltaire de la Antigüedad, no lo fue especialmente del cristianismo, sino del paganismo, y, por otro camino, resultó un colaborador de los mismos cristianos en su obra de destrucción de la vieja mitología. Para Luciano los cristianos extrañamente veneraban a aquel grande hombre que fue puesto en un palo allá en Palestina. Es el común escándalo pagano de un culto divino a un hombre derrotado, crucificado, que Celso hará resaltar con singular energía. Luciano tiene a los cristianos como unos pobres infelices que creen que todos los hombres somos hermanos y que tienen todas las propiedades en común. Las calumnias vulgares que hemos citado no existen para Luciano. El cristianismo es para él una locura más que añadir a la lista interminable de las insanias humanas; pero Luciano es el solo escritor pagano que parece hallar esta locura casi inofensiva. Los cristianos no pasan de ser unos cándidos cecucientes que sueñan en ilusiones imposibles.

Celso escribe su “Alethês lógos” hacia finales del Imperio de Marco Aurelio, del 170 al 180. Son los años en que la Iglesia recibe una de las más feroces acometidas de la superstición, como si la fiera despertara de pronto con hambre atrasada por el largo letargo. Celso aprovechó uno de estos momentos de exaltación popular o legal contra el cristianismo, para lanzar a la calle su libelo de difamación y refutación, que caería, así, como aceite en la hoguera del odio anticristiano. Para Celso todo abandono de la religión patria es una secidión, una “stásis”, contra la cual toda indignación y todo rigor son legítimos. El cristianismo sería una asociación oculta de las que se forman contra la ley, cuyos miembros se unen por el amor (“agapê”) de unos con otros, amor nacido del común peligro. Para Celso la concepción virginal no sería sino un remedo de los mitos helénicos  sobre Dafne, Melanipe, Auge y Antíope. “¿O es que la madre de Jesús eran tan bella que de ella, por su belleza, se enamoró un Dios que, por naturaleza, no puede amar un cuerpo corruptible?” Si Jesús era hijo de un Dios no entiende que durante la Pasión no le ayudase su Padre ni él mismo fuese capaz de ayudarse a sí mismo. Respecto a la Resurrección, como principal fundamento de la creencia cristiana, Celso la ve como continuadora de resurrecciones anteriores: Zamolxis, Pitágoras, Rampsinit, Orfeo, Protesilao, Heracles, Teseo…Además, Celso añade que crucificado fue visto de todo el mundo, y resucitado de muy pocos; lo que tenía que haber sido al revés. También le llama la atención a Celso el desprecio que siente el cristianismo por los sabios y entendidos, y el amor, en cambio, que siente por los miserables, los esclavos, las mujerzuelas, los tontos y los niños. Y como escándalo añade: “Cualquiera que sea pecador, cualquier insensato, cualquier necio y, en una palabra, cualquier miserable, es aceptado en el Reino de Dios. Vosotros decís que Dios fue enviado para los pecadores. ¿Y por qué no había de ser enviado a los sin pecado? ¿Es que es un mal no haber pecado?” También le parece absurdo a Celso que Dios haya venido precisamente a justificar a los hombres “ahora”. “¿Por qué ahora precisamente se acuerda Dios de justificar la vida humana, y no lo hizo antes?”  Por otro lado, para Celso el mundo visible no ha sido entregado al hombre, sino que todo nace y perece por razón de la conservación del todo conforme al cambio recíproco. Dios no lo ha creado todo para el hombre, sino que la historia natural de los animales parece mostrar lo contrario, que el mundo fue hecho tanto para el hombre como para los animales y las plantas. Y si se alega el verso de Eurípides, “el sol y la noche están al servicio de los hombres”, ¿por qué más a nuestro servicio que al de las hormigas o las moscas? Porque también a ellas la noche les sirve para descansar y el día para ver y trabajar. Es así que el movimiento animalista debería tener a Celso como su principal patrón. Otro ataque de Celso – éste más político – es el hecho de que el cristianismo supone la disolución de las costumbres patrias. Considera que tiene razón Píndaro cuando dice que la costumbre es la reina de todo. Finalmente Celso no entiende el maltrato al que somete Dios-Padre a Dios-Hijo. “Al padre mortal que permitiese que le hiciesen eso ( los tormentos de la Pasión ) a su hijo, teniendo poder para impedirlo, yo le denominaría como un padre despiadado”. Tampoco entiende que Jesús ponga en la disyuntiva a sus discípulos de elegir a un solo Señor, entre otros posibles señores como trae la vida. Pero Celso considera que aquí se confunde la esfera humana ( en donde el esclavo sólo puede tener un Señor ), con la esfera divina: si Dios es un Dios celoso que sólo permite amarle a él, Él mismo está con esto mismo creando disensión. Además, los dioses paganos no eran celosos entre ellos, y los fieles devotos podían compartir su amor con varios dioses sin problema ninguno. En el corazón del devoto caben todos los dioses del mundo.

Curiosamente siempre me ha ocurrido que la literatura de ataque, la invectiva, me ha hecho partidario de lo atacado. El estudio del pensamiento marxista me hizo liberal, y los ataques clásicos a la Iglesia me hacen defender más a ésta, pues lo que a los atacadores les parece lo peor a mí me confirma que la Iglesia la instituyó el poder superior del Padre a través de su Hijo.

Sin los apologistas del Siglo II