domingo. 28.04.2024

Otra vez el falso problema catalán

Del mismo modo que el gentilicio “españoles” es un término catalán, Cataluña, fuera del mito creado por Voltaire en El siglo de Luis XIV, es una parte esencial de la historia y de la geografía españolas. Más aún, un órgano español irreemplazable, un miembro de España insustituible, que diría Menenio Agripa en esta ocasión. Y es que quizás a España le ha faltado ese amigo de Coriolano. 

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Del mismo modo que el gentilicio “españoles” es un término catalán, Cataluña, fuera del mito creado por Voltaire en El siglo de Luis XIV, es una parte esencial de la historia y de la geografía españolas. Más aún, un órgano español irreemplazable, un miembro de España insustituible, que diría Menenio Agripa en esta ocasión. Y es que quizás a España le ha faltado ese amigo de Coriolano.

Lo que ocurre es que la españolidad catalana puede tener – de hecho las tiene – particularidades que no poseen otras tierras de España, que tienen a su vez otras particulares. Pero eso no la aleja de la definición laxa y variegada de las Españas. España es diversa y múltiple, y esa indiscutible diversidad y patente multiplicidad caracteriológica, lejos de cuartearla o debilitarla, las ha integrado a lo largo de la historia como un mosaico, como un opus tesselatum, que si quitas una de sus tesselas pierde todo el sentido sistemático el dibujo que representa el mosaico.

España necesita a Cataluña porque nos aporta esa tessela insustituible que nos completa nuestra propia definición, y Cataluña necesita a España, porque sola su identidad catalana carece de significado sintagmático, que es el significado del discurso de la Historia. El catalanismo como cara de España.

Pero Cataluña ha entrado en un juego peligroso e inquietante, sólo por pura ambición de poder, “potestatis cupiditate”, de su clase política gobernante del 3%, que no interesa para nada a España jugarlo, ni mucho menos a los ciudadanos catalanes. Separarse de España sin la aquiescencia del pueblo soberano es democráticamente imposible, y no es cierto que la última soberanía la tenga el actual Parlamento catalán, porque la soberanía, por definición, es permanente e intergeneracional, y el parlamento catalán – como todos – tiene una caducidad marcada por la mecánica democrática, y no puede además representar ni a los españoles que murieron hace generaciones ni a los que nacerán mañana.

Con más de la mitad de los catalanes sintiéndose españoles por sentimiento – y todos lo son por un hecho de existencia – es una superchería, además de un abuso, la pretensión de la independencia.

Otra vez el falso problema catalán