viernes. 26.04.2024

En cualquiera de los dos ámbitos hay que preguntar ¿de qué se habla cuando se habla de sexualidad? Lo más habitual es que desde el ámbito sanitario público se sitúe esta pregunta sobre la sexualidad en lo mensurable. Intentando clasificar en enfermedad o salud, en su funcionalidad, en si funciona o no funciona, funciona bien o funciona mal. Igualmente desde la ciudadanía la demanda a los servicios públicos viene en función del rendimiento sexual.

El segundo referente es el del profesional encargado de ese asesoramiento. Las facultades de psicología, medicina o enfermería siguen ofreciendo, en general, una formación sobre sexualidad generalista. Anclados en paradigmas parciales, biologicistas y patologizantes, salvo honrosas excepciones. A esto hay que añadir un rechazo a la Sexología como ciencia independiente con un cuerpo conceptual propio constituido con referentes multidisciplinares.

Los resultados de estos Servicios y desde estos profesionales son, por tanto, referidos a la enfermedad, a problemas de salud que tienen que ver con las conductas sexuales o asociados a riesgos biológicos.

Ya en 1975, la Organización Mundial de la Salud (OMS) definía la Salud Sexual en el informe técnico nº572 “La salud sexual consiste en la integración de los elementos somáticos, emocionales, intelectuales y sociales del ser sexual, por medios que sean positivamente enriquecedores y que potencien la personalidad, la comunicación y el amor”. Reto a cualquiera a que encuentre una evaluación de Programas de Salud Pública que integre los resultados (y por supuesto las mejoras) obtenidos mediante el mismo en amor, comunicación, desarrollo de la personalidad, etc.

Pese a que la OMS opta por una definición humanista y biográfica de la Sexualidad, alejándose de fórmulas biologicistas y de la enfermedad, seguimos con una realidad asistencial que tardará tres décadas que permitan aparecer programas de intervención que, al menos, partan de este encuadre.

Ya en el 2000 la reunión en Guatemala de la OMS y el WAS (Organización Mundial de Sexología) redefinen la salud sexual como la “experiencia de un proceso progresivo de bienestar físico, psicológico y sociocultural relacionado con la sexualidad”.

Esta propuesta sigue las mismas líneas conceptuales siendo coincidente con una concepción biográfica de la sexualidad en la que las patologías estarán cada vez más en un extremo de la banda de la demanda y lo mayoritario será la variabilidad individual, convirtiendo los problemas en dificultades de mayor o menor entidad dependiendo de cómo estén integradas en el proceso de sexuación individual y de cómo sean vividas.

En la década de los 70 se plantea la baja eficacia que tiene para algunos problemas el modelo clásico terapéutico reparador. Se conceptualiza la Salud Sexual como un bien individual y social a cultivar. Hay que ir más allá que ofrecer cuidados reparadores. Se traslada desde la psicología clínica el asesoramiento como una herramienta más o menos estructurada para centrar tanto al paciente como al profesional en una aproximación diferente a los problemas de salud. El asesoramiento debe satisfacer necesidades de información, psicosociales y de salud.

Es, por tanto, que el asesoramiento sexual es una atención centrada en la persona, que tiene un formato breve en cuanto a la duración de la intervención (menos de 8 consultas); que está enfocada sobre el conflicto inmediato; que ofrece información libre de prejuicios, con base científica y fácil comprensión; y que da soporte y apoyo para incrementar la comprensión emocional de la situación. Todo ello con el objetivo de facilitar la toma de decisiones personal con relación al conflicto surgido.

Lo que se conoce como Historia Clínica aquí se sustituye por una herramienta distinta; la Historial Sexual, un historial biográfico del sujeto. Lo que marca la estrategia de intervención más apropiada es el tipo de demanda o, lo que es lo mismo, la necesidad sentida por el sujeto.

¿Qué es asesoramiento sexológico?