jueves. 09.05.2024
Opinión

Amor a España

El auge de nuestros nacionalismos periféricos ( especialmente Cataluña y Las Vascongadas ) se ha ido desarrollando de forma simultánea a un lento amodorramiento de la “conciencia nacional”, expresión que Mancini formuló en 1851, que, también como voluntad y espíritu nacionales, se revela potente e innegable en los grandes hechos históricos y diariamente en la vibración del alma popular. 

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La llegada de la Democracia no sólo supuso el hecho positivo de una mirada hostil a un reciente pasado de dictadura, brutalidad y represión, sino que, desgraciadamente, supuso también, confundiéndose la forma de gobierno con la Nación inocente y víctima, un rechazo al nacionalismo español – que pudo, ciertamente, hipertrofiarse en algunos momentos del franquismo -. Cuando en la Nación sobre la que se asienta el Estado dejan de reconocerse con afecto, como en un espejo vital,  sus habitantes, es una ley histórica el que los habitantes de regiones quieran suplir su falta de sostén nacional con la creación de una nueva nacionalidad. Los individuos sólo tienen una realidad propia enraizada en la realidad de “su” comunidad nacional, que tiene una vida característica y singular. Ni la Constitución, ni las leyes, ni las formas de gobierno pueden sustituir una Nación, porque ésta es anterior a todo aquello y es de naturaleza distinta. La misma Nación puede ser una Monocracia, una Oligocracia, o una Policracia o Democracia sin dejar de ser la misma Nación. Durante los últimos cuarenta años el amor a España, la conciencia nacional de ser españoles, el orgullo de nuestras grandes gestas se han obliterado por una estúpida conciencia de culpabilidad sin pecado original. Por puro complejo de “nacionalista facha” sin fundamento alguno. Y estamos seguros de que ante una conciencia nacional fuerte del ser español muchos compatriotas no hubieran necesitado buscarse otra mamá de mentira, como el edén catalán, creado por Voltaire en su obra egregia “el Siglo de Luis XIV” contra los intereses de España, y que algunos vascos independentistas también lo tomaron como modelo para su sueño evanescente, de idílicos valles de pureza virginal, cuando Cataluña y Las Vascongadas han sido desde hace siglos dos magníficas comunidades históricas sin estado, como ocurre en una docena de comunidades históricas en Europa que no son Nación.

Siempre que nuestra conciencia nacional ha sido poderosa en todo el territorio español, España ha sabido asimilar sin problemas las distintas Españas que la configuran y le dan un sabor propio y único entre todas las naciones del mundo. Sólo se cae en el morbo del nacionalismo cuando desconfiamos de la pujanza y la fuerza de asimilación de la Nación. Por ello urge fortalecer nuestra conciencia nacional.

La Nación es una comunidad social relativamente homogénea, en cuanto que no es una condición fundamental para que exista ni una raza, ni la lengua única, ni una religión exclusiva, ni idénticas costumbres, sino que es suficiente la unidad relativa, étnica, lingüística, religiosa y moral y cultural, porque el nexo nacional no se forma por el imperio exclusivo de ninguno de estos factores, con ser tan esenciales cada uno y todos ellos para el proceso de formación, sino que es el producto complejo, lento, incesante y misterioso de una totalidad de factores que se combinan en proporciones indefinidas en el seno de la Historia, originando su vigorosa personalidad, su conciencia diferenciada, su latente ebullición intensa que marcan con su sello único las hazañas más genuinas de sus habitantes, bien sean militares, políticas, literarias o artísticas, en general. Y la vida misma de sus habitantes, pues existe una vida española como también existe una vida francesa o inglesa. Se dice que el francés reconoce a sus compatriotas sólo por los andares. Lo mismo nos ocurre a los españoles.

La Nación en la que hemos nacido, a la que pertenecen nuestros padres, en que están nuestros hermanos que tienen parecidas costumbres, sentimientos y aspiraciones; que luchan en el mismo medio, ayudándonos unos a otros en la división social del trabajo; que vivimos los mismos tiempos de la Historia de una generación siempre efímera, heredera de todo un tesoro de tradiciones, de riquezas materiales y espirituales, de glorias, de ideales…, que nosotros, mejorándolo, tenemos el deber de transmitir a una generación venidera, hija nuestra, Nación que va unida desde la cuna a toda nuestra vida, asociándose a todos nuestros recuerdos y a todas nuestras luchas y dolores, y produce en nosotros un sentimiento de adhesión fervorosa, inquebrantable, que nos lleva a defenderla si la vemos en peligro y nos hace gozar con sus alegrías y a dolernos de sus desgracias como propias…, esa comunidad social en que vimos la luz al mundo y se encuentra la escuela donde aprendimos a leer y la iglesia donde empezamos amar a Dios y por doquier nos rodea y nos envuelve con los trofeos y estandartes de sus monumentos gloriosos, de arte, de literatura, de ciencia, de progreso material…esa Nación querida a la que se une fuertemente nuestro espíritu, arrastrado por una sugestión invencible, es nuestra Patria. Es España.

Existen comunidades históricas que no son Nación y, por tanto, no tienen Estado. En Europa hay muchas. En España nos encontramos las magníficas comunidades históricas de Cataluña y Las Vascongadas, asimiladas a la Nación española desde hace muchos siglos, y que sin ellas la Nación española no sería España. Los frisones son una comunidad histórica de los Países Bajos. Los bretones constituyen una comunidad histórica asimilados a la Nación francesa. Los sorabos son una comunidad histórica en el corazón de Alemania, etc. Ninguna de estas comunidades históricas ha sido antes jamás Estado, pero sin ellas las naciones que las asimilan serían por completo distintas. Por eso no se puede comparar Escocia con Las Vascongadas y Cataluña. Porque Escocia fue un Estado, y Cataluña y Las Vascongadas no.

 

Amor a España