sábado. 18.05.2024
Opinión

Casiodoro y Benedicto XVI

Las audiencias generales que concedía el Papa emérito Benedicto XVI se convertían casi siempre en conferencias de fino intelectual, como aquélla que dio el 12 de marzo de 2007, sobre Boecio y Aurelio Casiodoro Senador. En Boecio veía el Papa el paradigma del preso político, sensu stricto, y del hombre condenado a la Pena Capital por mantener una determinada y firme actitud política en su comunidad, no coincidiendo su sentido de justicia con el de la autoridad, cosa tan frecuente entre los hombres verdaderamente honrados.

benedicto xvi

El rey ostrogodo Teodorico lo condenó a muerte por traidor, por defender los intereses de “los enemigos de la patria”, que a la sazón eran los bizantinos y su flamante y ambicioso emperador Justiniano. Tuviera o no tuviera razón Teodorico en sus acusaciones contra Boecio, lo cierto es que éste representará siempre un espíritu libre, fundamentado en la virtud y el desprecio de las cosas caducas del mundo, que no cede jamás ante amenazas de muerte y de infame tortura, porque lo que nos constituye como hombres no es el hecho de estar vivos a toda costa ( eso es circunstancial ), sino de tener un espíritu con vida eterna coherente siempre consigo mismo. Y como ya dijera el divino Maestro: “Ne terreamini ab his qui occidunt corpus, et post haec non habent amplius quod faciant”. La vida del hombre no es otra cosa que la actividad de su espíritu, y ésta no hay tirano que pueda enjaularla. Podrá el poder ultrajar la carne, pero nunca el alma.

Respecto a Casiodoro, amigo por el contrario del rey Teodorico, del que también habló el Papa en la citada audiencia general, representaría el intelectual que trata de integrar las distintas mundivisiones ( aquí la romana y goda ) en una misma comunidad política. Los godos no debían ser despreciados como bárbaros porque tengan otras perspectivas sobre distintos asuntos de la vida, diferentes a las perspectivas romanas, sino que como seres pensantes y humanos que viven en sociedad pueden ser integrados en una mundivisión romana abierta, siempre asequible al pensamiento y espíritu ajenos. Casiodoro representa el intelectual que desea que el encuentro entre culturas no suponga un choque explosivo y aniquilador, en que una cultura elimine a las demás, sino que se construya un marco en que todas coexistan y se enriquezcan recíprocamente. Y es aquí donde ve Casiodoro la quintaesencia de la Romanidad, del Mundo Clásico en general, su fe en la razón humana en sentido universal. Es así que Casiodoro no sólo no traicionó la Romanidad, sino que junto a nuestro Isidoro de Sevilla, Gregorio de Tours,  San Gregorio Magno, o Beda el Venerable, constituye uno de los grandes faros de Europa, transmitiendo con celo y pasión ( studium) la Cultura Clásica a la posteridad, y dotó a los primeros copistas medievales de un método de interpretación textual que aún nos conmueve por sus reglas rigurosas y por su cientificidad. Como él mismo dice “el trabajo de los antiguos sea nuestra tarea”. Enemigo acérrimo de la modernidad pensaba que ésta lo que solía esconder era siempre la impotencia técnica del “moderno” “Hay algunos que piensan que es laudable opinar algo que vaya contra los antiguos, y encontrar algo nuevo que le haga parecer expertos”.

Como cristiano se situó en aquella época entre el novacianismo, una actitud rigorista sobre la vida humana en que no se perdona nada, y el pelagianismo, una desaforada alegría sobre una naturaleza humana dotada siempre con la gracia. Es decir, su cristianismo fue amable y dulce, pero lleno de autoexigencias. Su posición ante la belleza verbal tanto de los grandes clásicos como de las Sagradas Escrituras es siempre encantadora, y casi infantil. Así, cuando a Casiodoro le asalta como lector una expresión feliz, marca el hallazgo con un cresimon, signo con el que se llama la atención sobre algo, y si la expresión es fea, torpe o descuidada la marca con un acresimon. Nos conmueve su erudición cuando leemos tantos las Institutiones Humanarum Rerum, como las Institutiones divinarum litterarum. Diríase que lo había leído todo, tanto los autores del Mundo Clásico, sobre todo latinos y griegos traducidos al latín, como todos los comentarios y ensayos escritos a propósito de las Sagradas Escrituras. La Institutio era un subgénero literario muy conocido, según el modelo retórico y jurídico recibido del gran hispano Quintiliano a través del apasionado católico Lactancio.

La afición de Casiodoro a la gramática y en general hacia la filología está patente en los consejos que da a sus hermanos frailes a la hora de copiar los textos clásicos y bíblicos: la cautela en hiatos y meotacismos, las eufonías, la ortografía, el sistema desinencial, etc. Es tan grande su cultura y su amor a los libros que al compararlo con los políticos de hoy nos parece imposible que fuera el Primer Ministro de tres reyes ostrogodos descendientes de Teodorico; es decir, Prefecto del Pretorio. ¿Y llamamos bárbaros a aquéllos que tenían tales ministros? Hoy la cultura de Casiodoro sería incompatible en España con cualquier cargo público. Y lo mismo le puede ocurrir hoy a la Iglesia, que no está ya preparada, semibárbara y deslatinizada, para tener un Papa ciclópeamente culto, como Benedicto XVI, que sólo pretendió sin ningún éxito insuflar buen gusto estético, musical y verbal a los párrocos en sus parroquias y que éstos aprendiesen un poco de latín y leyesen un poco más de teología. Y no lo consiguió, claro. Su grandiosa Exhortación Apostólica Postsinodal, “Sacramentum Caritatis” está sin estrenar por falta de sensibilidad cultural del clero, apoltronado en las catequesis de los laicos píos y el fútbol. Quizás, atrincherado en sus libros, su piano, sus profundas meditaciones y sus oraciones en perfecto latín, no sabía ya cómo estaba la vasca sacerdotal. Y se fue, claro. Era demasiado mayor para esta revolución cultural, y fracasó ante la barbarie del clero. Y una cosa ha quedado clara: aunque los libros y la cultura cristiana no garantizan tener buenos curas, ayudan al menos para tener cierta sensibilidad moral, y resistir un poco más la tentación de la carne, como la pederastia infame, que es ya claramente delicuencial. Ya el mismo san Jerónimo acusaba las caídas de los clérigos en la lujuria por falta de estudio y amor a los libros, y a la total falta de curiosidad intelectual, y no soportaba los defectos de los monjes fundados en la ignorancia. El bueno de Benedicto XVI, uno de los más grandes papas que ha dado la Iglesia, fracasó estrepitosamente ante esta iglesia mundana y moderna, profundamente inculta, como también fracasaría Casiodoro en el ejercicio de la política en la actualidad. El creador del Trivium ( Bachillerato de Letras ) y el Quadrivium ( Bachillerato de Ciencias ) sería perseguido como boicoteador de todas las reformas educativas desde la infame LOGSE. Porque Casiodoro también es el creador de este doble bachillerato por el que hacía pasar a todos sus monjes. Pero tanto la alta política como la Iglesia vuelven a ocupar la vanguardia de la cultura, o sólo un verdadero milagro podrá salvarlas. Menos mal que aún nos quedan los textos de Jesucristo aún no devastados. Sólo adquieren el poder político o religioso aquellos que constituyen la vanguardia cultural. Es una ley histórica.

 

Casiodoro y Benedicto XVI