jueves. 02.05.2024
OPINIóN

La Democracia Local

Si la Democracia del Estado o la Democracia en las Autonomías no dejan de ser creaciones del espíritu humano, un noble constructo de la experiencia política, la democracia local, la democracia de las ciudades y los pueblos, es un hecho natural. Civitates sunt naturaliter democraticae, decía el clásico. 

 La Democracia nació en las ciudades griegas, en la ciudad de Roma, y más tarde se desarrolló en las ciudades de la Alta Edad Media, liberadas del Imperio Romano, y que no tuvieron aún superestructuras fuertes que las dominasen hasta las monarquías de los siglos XIV y XV. 

Las ciudades han sido las piedras angulares de la Democracia. El propio Alexis de Tocqueville, en su maravillosa obra La democracia en América, sostenía que en EEUU la democracia de la ciudad o del pueblo fue organizada antes que la del condado; la democracia del condado antes que la del Estado, y la democracia del Estado antes que la de la Unión. Por eso, las partículas esenciales de la Democracia Americana son las ciudades. Sin las democracias locales, Alexander Hamilton y otros grandes Padres Fundadores jamás hubieran organizado la Democracia de USA ni hubieran escrito su Constitución. La Democracia como dehiscencia de las relaciones vecinales y sus normas convivenciales.

En nuestra Alta Edad Media las comunidades municipales, antes de que las Monarquías se hicieran fuertes ( o modernas ) no eran simples hechos de agrupación gregaria sin ordenamiento jurídico. Las estructuras políticas de los ciudadanos-vecinos medievales no eran unidades sociales amorfas o anomias. Tenían su propia regulación consuetudinaria de derecho común, con medios de coerción para hacerla efectiva. Maastricht, surgida en el siglo VII, con alfarería, metalistería y trabajos de hueso y de cristal, se constituyó en una democracia de vecinos. El período de 500 a 800 fue, probablemente, la fase menos totalizadora del poder aristocrático en Occidente, y la de mayor autonomía y democracia locales. Dirigían sus propios tribunales locales, presididos por los “machtierns” u otros funcionarios del mismo pueblo, en los que se resolvían las disputas; cualquier asunto público de la aldea también se conducían en estos tribunales. La mayoría de los agentes judiciales y garantes eran campesinos. La policía eran los propios habitantes.

Incluso más tarde, cuando la Revolución Francesa, tras la abolición de la Monarquía y la decapitación de Luis XVI, experimentó formas de gobernación sin Estado, las comunas medievales de las ciudades resucitaron, como la comuna parisina con su plena autonomía. Situación histórica de mera gobernación, hasta que Napoleón sustituyó el viejo espíritu público republicano medieval por el orden tradicional del Antiguo Régimen.

Toda esta larga digresión histórica viene a confirmarnos que la raíz verdadera de la democracia está en las ciudades y en los pueblos, y que las elecciones locales conducentes a constituir gobiernos democráticos locales son las fuentes más cristalinas de la Democracia. Si hay algún ámbito de la democracia sagrado, será aquél en el que los vecinos de un pueblo o ciudad salen a elegir el gobierno municipal. Ese acto constituye en Europa y Norteamérica el origen mismo de la Democracia, por eso se debe robustecer la democracia local participando en las elecciones todos los vecinos. Y para empezar, participar no sólo es votar, sino que también los vecinos que tienen algo que decir, propuestas que desarrollar, mejoras que hacer, ideas que realizar, nuevos estilos políticos con que gobernar, deberían dar un paso al frente y configurar las listas de las distintas candidaturas. Muchas ciudades tienen unas dimensiones que permiten que la ciudad y todos sus ámbitos sean conocidos por todos los vecinos; lo que supone que todos los vecinos no sólo conocen muy bien su ciudad, sino que sin duda tienen en la cabeza una idea de lo que debería hacerse con ella. Y esa idea debería articularse en las ya cercanas elecciones locales de Mayo. Pericles llamaba “idiôtai” a los ciudadanos que no querían participar en la vida pública, los romanos los veían como raros y perezosos, y comediógrafos como el ateniense Menandro ridiculizó al apolítico en El Díscolos, personaje que cogería Molière para hacer El Misántropo.

Y es que la política es un asunto tan serio que no se puede dejar en manos de los políticos. Hagamos política todos los ciudadanos que habitamos las hermosas ciudades de nuestra querida Nación que es España. Y en estos momentos de apariciones fantasmales en la política española, ante la presencia de una pujante barbarie, exterior a la democracia liberal, nos interesa mucho a los que creemos en la democracia que todos los ciudadanos, que en los últimos cuarenta años nos hemos civilizado por el método de tomar decisiones que representa la democracia liberal, participemos en esta elecciones locales.

La Democracia Local