“Existen varias connotaciones del término envidia aplicables a la actividad política. En este caso, la envidia sería la incomodidad o insatisfacción derivada del éxito de otros políticos; el olvido de la trayectoria propia ante la obsesión por el desempeño de figuras públicas a las que se quiere emular; el resentimiento que causa el hecho de que alguien detente el cargo al que uno aspira o que tuvo, o simplemente por las ganas de querer ocupar el puesto que otro tiene y gozar de sus prerrogativas: se envidia así al líder, al dirigente, al candidato, al gobernante o al legislador, al ideólogo, o a todos ellos.
Cuando en política se siente envidia, se vuelve insoportable constatar el triunfo político de otras personas o el recuento de sus logros y realizaciones, lo que causa, en muchos casos, una patología del poder en la que el actor político deja de preocuparse por mejorar sus capacidades o desempeño, porque dedica buena parte de su actividad a hablar y actuar tratando de que al envidiado le vaya mal, lo peor posible. La vocación política se tuerce entonces para volverse crítica interminable, amargura y frustración que, en algunas ocasiones, tiene un alivio momentáneo cuando los envidiados caen en desgracia: el enfermizo placer de ver correr la sangre de un odiado adversario para luego voltear la mirada y encontrar a un nuevo personaje a quien odiar.
Los sentimientos de envidia son tal vez inexplicables de la actividad política. Si la democracia tiene un componente inevitable de competencia e intercambio, señalado en procesos regulares de elección para la renovación de dirigentes políticos, gobiernos o legislaturas, y la contienda político-electoral que libran permanentemente los partidos y los políticos supone derrotas y fracasos que alimentan envidias y resentimientos.
Basta dar seguimiento una semana a la información política de los medios para constatar un sinnúmero de declaraciones, decisiones y acciones de los políticos tomadas desde una lógica egoísta y envidiosa; no para construir sino para destruir o al menos desprestigiar”.
Es ingenuo pensar que este tipo de actitudes se puedan erradicar con facilidad de la política pues tienen mucho que ver con la miseria humana...
Pensemos... ¡ habrá que aislarlos !