Si nos aislamos de cualquier connotación añadida, podríamos llegar a la conclusión, incluso podríamos coincidir, en el anacronismo que supone en el siglo XXI que una persona nazca ya con el derecho a ocupar la más alta magistratura del Estado. Visto así tiene poco que discutir. Parece, a primera vista, que no es muy democrático tal privilegio. Pero ¡cuidado!, que podemos confundirnos. Ni las monarquías actuales representan lo que siempre han sido a través de la historia, ni las muy diversas clases de repúblicas actuales pueden ni compararse con las de otras épocas.
No sé si será ignorancia o falacia, como ha dicho algún líder: mostrar la dicotomía de república o democracia. No. Eso es muy peligroso. Hoy, las democracias más avanzadas del mundo tienen monarquía o república indistintamente. Y no pasa nada; no tienen el más mínimo menoscabo democrático.
¿En España, es necesario y oportuno este planteamiento ahora? Desde mi más humilde punto de vista, no. Y no me voy a referir a los grandes servicios que nos ha prestado la “Monarquía Juancarlista” desde la Transición. Reconocerlo es justo, pero no justificaría el mantenimiento del modelo. Todo avanza, todo hay que someterlo a una continua revisión. Y si las circunstancias cambian pues se cambia; no pasa nada.
Pero este no es el caso. Hay muchas cosas que cambiar antes. Hay que profundizar en la democracia, muy debilitada; hay que buscar un nuevo modelo de salir de la crisis sin que se dañe a las clases menos favorecidas; hay que debatir si política, o poder financiero; hay que hacer desaparecer la corrupción; hay que revisar el Estado de las Autonomías; hay que volver como un calcetín toda la dinámica en el funcionamiento de los partidos. ¿Cómo vamos a resolver un problema político, si la política está hecha unos zorros?