viernes. 29.03.2024
Opinión

El libro de la vida

No estoy en condiciones de afirmar qué tesoros religiosos nos puede aportar el V Centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, aunque supongo que para las personas religiosas y buenas, firmes en la fe y perseverantes y tenaces en la oración, el referente de Teresa de Ávila, calentará sus almas y las llenará de ímpetu de amor a Jesús. 

santa teresa de jesus

Lo que sí puedo decir como viejo amante de la escritura literaria y del buen castellano es que la obra literaria de la Santa de Ávila me sobrecoge, tanto por un dominio del lenguaje, que llega casi al desparpajo – el castellano sale de la fuente de Teresa siempre fresco y natural, sin ningún tropiezo ni dolor de parto -, como por su hondura literaria de imágenes estremecedoras, que no sólo son parte del repertorio simbólico de la teología mística, sino que son en sí belleza literaria en carne viva. Llaneza y verdad. Sus maripositas de las noches, importunas y desasosegadas, nos han dejado una obra literaria inmarcesible. No habiendo precedentes en castellano de alta prosa literaria antes de Santa Teresa, lectora infatigable de las novelas de caballería, como el Amadís de Gaula y Las sergas de Esplandián, los escritos de la Cepeda se erigen como un monumento cuya calidad es difícil, muy difícil de explicar a partir sólo de los balbuceos iniciales de la prosa castellana. Sólo su contemporáneo Fray Luis de Granada, el primer escritor de paisajes de la prosa castellana sin una digna continuación, llega a la altura de calidad que tiene la deslumbrante prosa de la Monja Ahumada, embobecida en ese andar su alma en el aire.

“Las mariposillas de la memoria”, que es como llama Teresa a su inquieta imaginación, la llevan a escribir, con un gracejo siempre bello y aparentemente fácil y desenfadado, un discurso místico esmaltado con imágenes felices basadas siempre en realidades corrientes y ordinarias, cuya sintaxis nunca choca con una sintaxis de escollos abstrusos, redichos o retorcidos. Prosa diáfana, transparente, en donde hasta las estructuras hiperbáticas tienen un sabor popular y sólo sirven para entender mejor el sentido y nunca para oscurecerlo. Yo creo que cuando el Padre García de Toledo mandó a la Santa escribir su Vida no sólo abrió un capítulo nuevo de la Literatura Española, sino que dio oportunidad a una escritora de raza, lectora indesmayable en su juventud de todo texto de fantasía, como don Quijote, de volar a las más altas cumbres de la escritura artística.

También encontramos en el Libro de la Vida, escrito cuando Teresa de Ahumada tenía cincuenta años, un feminismo muy patente que a menudo aflora de forma indirecta y con triste ironía: “Basta ser mujer para caérseme las alas, cuánto más mujer y ruin”. Esto lo dice cuando los sabios y santos varones la reprenden con envidia y soberbia machista por sus conquistas místicas y hasta le hacen dudar, turbándola, si no serán cosa del demonio. Con cierto retruécano sardónico nos dice la Santa en otro apartado: “…lluévenle en la cabeza mil persecuciones. Tiénenla por poco humilde y que quiere enseñar a de quien había de deprender, en especial si es mujer”. Una feminista de raza se oculta sin duda en estas líneas de magnífico castellano”. Efectivamente, el Libro de la Vida nos sabe a mujer, y todo él rezuma de sensibilidad y delicadezas femeninas.

Es evidente que Teresa sufrió la envidia terrible e hirsuta de religiosos y religiosas que no soportaban que se hubiese hecho conocida por sus conquistas espirituales, por muy humildemente que las tales presentase. Hasta tal punto era envidiada por el amor que Nuestro Señor Jesús le tenía que llegó a pedir al mismísimo Jesús que no la levantase nunca del suelo en público: “Supliqué mucho al Señor que no quisiese ya darme más mercedes que tuviesen muestras exteriores; porque yo estaba cansada ya de andar en tanta cuenta”. Incluso el clerículo Gaspar Daza creyó que los arrebatamientos de esta monjita enfermucha tenían que ser cosa del demonio. Afortunadamente los encuentros con San Francisco de Borja ( duque de Gandía ), Diego de Cetina y Francisco de Salcedo, persuadieron a la Santa de que lo que le ocurría era producto del espíritu de Dios, y que no lo debía resistir más. El Libro de la Vida nos cuenta la obra de Dios realizada en una mujer singular, Teresa de Ahumada, y con tal fuerza y realidad que sólo en la Biblia podemos encontrar estas obras de Dios realizadas en otros seres humanos. Cuando abrimos la obra nos asomamos al alma más espléndida y rutilante que ha conocido la Literatura Universal.

La página en que la Santa es elevada ( o arrebatada ) por Dios cuando declamaba el himno “Veni, Creator” está tan primorosamente escrita, con tanta sencillez y desenfado, tan sin ningún cálculo retórico, que un incrédulo necesitaría ver en la Santa la sabiduría de una redomada técnica narrativa para poder engañar al lector. Pero no sólo Dios hablaba con la Santa, también el demonio.

Es seguro que Teresa cuando escribe está pensando tener como lector al maestro Juan de Ávila, el mayor teólogo de su tiempo. El Libro de la Vida está escrito para ella misma y para el gran maestro Juan de Ávila. Siempre se escribe para alguien que admiramos. Siempre ha sido así, incluso cuando el autor no tiene conciencia de ello. Tras haber estado el manuscrito del Libro de la Vida en las mazmorras de la Santa Inquisición durante trece años, finalmente, tras la muerte de Santa Teresa, Fray Luis de León lo publicaría en Salamanca.

Llegó un momento en que el amor de la Santa por Jesús rompe con todos los diques de la conveniencia, como toda enamorada verdadera, por otra parte. “Levántense contra mí todos los letrados; persíganme todas las cosas criadas, atorméntenme los demonios, no me faltéis Vos, Señor, que ya tengo experiencia de la ganancia con que sacáis a quien sólo en Vos confía”. La Santa tiene a todos sus censores o estorbadores “como moscas”. “Y una higa para todos los demonios!” Quien se oponga al amor de Jesús y Teresa “que se lleve las manos en la cabeza”. Y Jesús le confía a su Teresa hasta el futuro de algunas personas.

Cuando el confesor prohibió a Teresa leer muchos libros en romance, Jesús la consoló: “No tengas pena, que Yo te daré libro vivo”. La verdad es que en muchas ocasiones su amado Jesús tenía que consolar a Teresa de algunas estupideces que le encomendaba su confesor. La Santa sentía que Jesús andaba siempre a su lado, generalmente el derecho, como una sombra luminosa, de una luz que no tenía noche. Todos los deleites de esta vida son basura, comparados con la compañía de Jesús.

De vez en cuando algún místico entendía a Teresa, como Fray Pedro de Alcántara, a quien la santa conoció ya muy viejo, y de tan extrema flaqueza “que me parecía sino hecho de raíces de árboles”. Lo primero que vio de Jesús fueron sus manos, luego su divino rostro, y finalmente su cuerpo glorioso y resucitado. Teresa de Ahumada se muestra a veces un poco irónica y hasta un poco ciniquilla cuando dice que algunas veces se espantaba el que la confesaba de sus ignorancias - ¡ella, la mujer más inteligente y lista de su siglo!-. Aunque los teólogos le decían  que lo que vería (la Santa) sería sólo una imagen, la Santa estaba segura que era el mismo Cristo, conforme a la claridad con que era servido mostrarse, tal como salió del sepulcro después de resucitado.

Los confesores abulenses no debían ser muy discretos, y así los secretos de la Santa pasaban o se corrían de manera que se hacían públicos en toda Ávila y en otras muchas partes de España. Y la mediocridad connatural en las gentes, así como su acompañante la mezquindad, afirmaban que eran los pecados de Teresa los que hacían que creyera ver a Jesucristo. A las monjas más mediocres les parecía que Teresa les quería enseñar, y la tenían por resabidilla. En España el genio – y ella ha sido la española más genial – no se desarrolla impunemente. 

 

El libro de la vida