domingo. 19.05.2024
OPINIóN

Max Scheler y Curzio Malaparte

La Dictadura de Miguel Primo de Rivera se iba desmoronando. Aunque había aumentado claramente el bienestar de los españoles y levantado enormes proezas en el capítulo de obras públicas, nunca supo ganarse a la intelectualidad española, hacia la que se dirigía con una ambivalencia propia de la esquizofrenia; a los mismos escritores que elogió y ponderó con subidos encomios unas veces, los desterraba otras veces. 

Es así que los intelectuales, poco a poco, fueron estrechando sus filas contra el Régimen. Desde el año 1928, la defección de la Universidad fue un hecho; los Colegios de Abogados, los Ateneos, se sumaron a esta repulsa. Unamuno, Marañón, Ortega, Valle Inclán, Pérez de Ayala, Jiménez Asúa, Fernando de los Ríos…desencadenaron una ofensiva implacable, que hallaba eco y estímulo, en la juventud universitaria, muy inquieta – agrupada en la F.U.E. -. Por otro lado, las clases conservadoras se alarmaron ante un tímido esbozo de reforma agraria, preconizada por el Dictador. Por último, el Ejército empezó a flaquear en su apoyo a Primo de Rivera; el rompimiento de éste con el Arma de Artillería, irreparable paso en falso, fue decisivo. En enero de 1929 el general Sánchez Guerra, de acuerdo con el general Aguilera y con Miguel Villanueva, intentaron un pronunciamiento en Valencia, sin éxito alguno porque falló el concurso del general Castro Girona, con el que los conspiradores creían contar. Simultáneamente surgió un chispazo de rebeldía en Ciudad Real, por cuenta de los artilleros de Primero ligero; pero al haber fracasado el golpe de Valencia, los artilleros manchegos se rindieron.

En este ambiente de agonía del Régimen, Ramiro se acercó a la magna obra filosófica de Max Scheler, que acababa de fallecer ( 19 de mayo de 1928 ). Le deslumbró a Ramiró cómo Scheler, sin enfrentarse a la base de la moral kantiana, formal ( de lo empírico o experiencia personal no podemos sacar normas morales de carácter universal ), la pudo superar con la idea del apriorismo de ciertos valores y disvalores que, en cuanto existiendo a priori, tienen carácter universal, y, a la vez suponen una ética material de acciones concretas. Este compromiso con el mundo de carácter objetivable a través de los valores apriorísticos que suscitan las propias cosas del mundo y sus relaciones, como si la materia moral pudiera ser interpretada por intuiciones de carácter universal (valores), llenaba de optimismo el alma del joven revolucionario Ramiro, en cuanto que suponía que la transmisión de valores preexistentes podía cambiar el mundo. Por otro lado, Scheler jerarquizaba los valores, y esa jerarquía de los valores entusiasmaba al gran protofascista zamorano.

El acercamiento de Ramiro a la filosofía alemana curiosamente no vino motivada por su carrera de filosofía sensu stricto, sino por sus profundos estudios de la literatura española, en especial la del Siglo de Oro, que tanto amaba y le inspiraba. Es así que, por ejemplo, el estudio concienzudo de toda la obra de Gracián, le llevó a Schopenhauer, quien había estudiado y traducido al alemán la prosa difícil y tenaz del Oráculo (“Oráculo manual y arte de prudencia, sacada de los aforismos que se discurren en las obras de Lorenzo Gracián”). A través de las abstrusidades esquemáticas en que Baltasar Gracián y Morales, el “impavidus vir” que preconizaba Horacio – director de la vanguardia conceptista – envolvió su pensamiento, Schopenhauer desentrañaba con magnífica habilidad y penetración todas las excelencias, poniendo a prueba su afición a Gracián, o mejor, su heterónimo, Lorenzo Gracián. Los heterónimos pueden representar los distintos ángulos de la única alma de un gran escritor de compleja creatividad.

También por aquella época llegaron a Madrid los primeros ejemplares traducidos del periódico fundado por Curzio Malaparte, “La Conquista dello Stato”, que pronto inspiraría a Ramiro su propio y magnífico periódico semanal, “La Conquista del Estado”. Desgraciadamente, en el tiempo en que Ramiro se transformaba en fascista debido a los números del periódico traducido de Malaparte, Curzio Malaparte comenzaba a dejar de serlo. Y es que a menudo ocurre que los pensamientos de uno que pueden influir sobre otros de forma radical y hasta definitiva llegan a su auge para los demás cuando están empezando a ser cuestionados por el propio pensador. Ya que los pensamientos de los hombres, aunque tienen genealogía, carecen de isocronía. Cuando Ramiro se enardecía leyendo los números de “La Conquista dello Stato”, Curzio Malaparte estaba escribiendo “Técnicas del golpe de Estado”, un clásico ya entre los libros del género de pensamiento político, y por el que sería expulsado del Partido Nacional Fascista, perseguido, encarcelado y desterrado a los últimos rincones del frágil imperio fascista italiano, y no del todo destrozado gracias a su amistad sincera con Ciano, el misterioso y trágico yerno del Duce. En él se relata desde el golpe de Estado de Napoleón Bonaparte el 18 de Brumario de 1799 hasta la Marcha sobre Roma entre el 27 y el 29 de Octubre de 1922, en la que el mismo Malaparte participó. Lo que más estremece de este libro es no sólo la preparación de sucesos y apariencias que llevan a la justificación del golpe de Estado y a la indiferencia y hebetamiento de la ciudadanía, sino la minoría ridícula de personas ( alrededor de un centenar ) que pueden crear las condiciones para llevarlo a cabo con el aplauso incluso de la Nación. El libro de Malaparte, sobre todo en la América española y en Guinea Ecuatorial, ha servido durante todo el siglo XX como vademécum no sólo  para dar un golpe de Estado, sino también para abortarlo, que era la intención con la que lo escribió Malaparte, y de la que el propio De Gaulle pudo servirse frente a los generales de las tropas coloniales.

Ahora bien, la evolución de Ramiro también fue la misma que la de Malaparte. Cuando los republicanos rojos lo fusilaron ya no era un fascista, era un español que pensaba que tenía más sentido la camisa roja que la bella camisa azul con el yugo y las flechas. Porque, además, de Italia no sólo vino el fascismo, sino también la idea del anarquismo más cristiano y solidario, el anarcosindicalismo de Malatesta, de quien tanto deberán las JONS. Es así que no sólo Malaparte, sino también Malatesta, serán los grandes referentes del falangismo jonsista. Lo cual incluso queda explicitado en su propia bandera.

Desde 1929 la depresión mundial se refleja de manera alarmante en el hasta entonces risueño panorama económico. Calvo Sotelo no puede contener el desplome de la peseta. El malestar y la inquietud proliferan. Todos los infortunios se achacan entonces al dictador y surge un grito casi unánime pidiendo la convocatoria del Parlamento. Buscando un apoyo positivo, Miguel Primo de Rivera planteó la cuestión de confianza, no al Rey, sino a los cuerpos armados. Pero estos distaron mucho de manifestarle, como en 1923, una adhesión incondicional. El Dictador devolvió el poder al Monarca y abandonó el país en enero de 1930. Dos meses más tarde fallecía en París, víctima de un ataque cerebral.

Max Scheler y Curzio Malaparte