sábado. 04.05.2024
OPINIóN

La muerte de José Antonio

Aunque la muerte de José Antonio Primo de Rivera no fue otra cosa que una brutalidad más de nuestra Guerra Civil – como él cayeron otros miles  de españoles y con menos culpa, en el supuesto de que defender ideas políticas o credos religiosos sea algo digno de culpabilidad -, su proceso y fusilamiento ejemplifican en casi todos los sentidos lo que fue aquella barbarie fratricida. 

JoseAntonioFEJONS

Un tribunal sin independencia, coaccionado y obedeciendo órdenes del Jefe de Gobierno, Largo Caballero, y un Gobierno presionado por una totalitaria potencia extranjera que le suministraba los recursos para la Guerra, etc.

El presidente del Tribunal que lo juzgaba, Eduardo Iglesias del Portal, debía sufrir tal tensión interior por obrar contra su más elemental conciencia jurídica que lo expresaba en un rostro pálido desencajado, y hondamente esplenético. El propio José Antonio, tras oír su sentencia de muerte con la voz trabucante de su Señoría, se dirigió al Presidente del Tribunal condenatorio, y se fundió con él en un fuerte abrazo de cera.

No eres tú quien me condena. Lo sé. No te preocupes – le dijo José Antonio.

Testigo de la atroz y brutal ejecución de José Antonio fue el empresario paraguayo Joaquín Martínez Arboleya, que se encontraba a la sazón por Alicante, y que el horror de la visión de la ejecución del Jefe de Falange lo haría enrolarse en 1937, tras escapar a Tánger en el paquebote Maréchal Lyautey, en las tropas que reclutaba el teniente coronel Juan Luis Beigbéder, designado en abril alto comisario de España en Marruecos, a fin de combatir en el bando nacional, pudiendo participar así en la conquista de Málaga.

Durante la Guerra Civil, los fusilamientos se habían convertido en verdaderos espectáculos en las dos retaguardias, ya fuera en plena calle o en recintos cerrados a los cuales a veces se permitía el acceso. El hispanista británico Ronald Fraser, afirmaba que iban a ver tantos estos espectáculos macabros que se instalaron puestos de churros y café para que la gente pudiera comer y beber mientras observaban cómo se mataban los españoles entre sí.

Joaquín Martínez Arboleya se encontraba aquel amanecer del 20 de Noviembre de 1936 en el patio en que iban a matar a José Antonio Primo de Rivera entre otras cuarenta personas. Cuando quisieron vendarle los ojos, José Antonio rechazó el ofrecimiento meneando enérgicamente la cabeza y gritando un “¡no!” tan rotundo, que resonó en todo el recinto carcelario. Encarado al pelotón miró fijamente a las bocachas de los mosquetones que le apuntaban. Arboleya contó ocho fusiles. Su aritmética concuerda con la convicción de Miguel Primo de Rivera sobre la existencia de dos pelotones, uno de los cuales se ocupó solo de su hermano ( con el otro se mató a los mártires de Novelda ). José Antonio tenía frente a él a Luis Serrat (Bakunin), Manuel Beltrán, José Pantoja, Andres Gallego y José Pereda, quienes junto a Guillermo Toscano, pistola al cinto, formaban el grupo de milicianos de la FAI al que probablemente se uniesen, en su afán de acribillar a la víctima, el sargento y los tres soldados de Quinto Regimiento comunista, entre ellos Diego Molina. Ocho fusileros en total, portadores de Máuser, sin contar a Toscano, que carecía de mosquetón para abrir fuego, aunque sí de pistola. Llama la atención que todos los milicianos que asesinaron a José Antonio fueran onubenses.

Integraban también el pelotón, o los dos pelotones, cuatro guardias de Asalto a las órdenes del sargento González Vázquez: los cabos Demetrio Monllor y José Belda Serrano, junto a dos hermanos apellidados Ferrando.

La víctima gritó tan fuerte “¡Arriba España!”, que el sonido se confundió con la descarga de sus verdugos.

Se quebró su cuerpo – recuerda Arboleya -, cayendo doblado, empapadas en sangre sus rodillas. La chusma allí reunida gritó obscenidades; ni un grito, ni un “ay” en el mártir…La orden de ejecución preveía esa primera etapa de deleite a los triunfadores del momento…Lo que sucedió a continuación quedó grabado a hierro y fuego en la memoria de Arboleya: “José Antonio recibió la descarga en las piernas; no le tiraron al corazón ni a la cabeza; lo querían primero en el suelo, revolcándose de dolor. No lo lograron. Cayó en silencio, con los ojos serenamente abiertos. Desde su asombrado dolor, miraba a todos sin lanzar un quejido, pero cuando el miliciano que mandaba el pelotón avanzó lentamente, pistola martillada en mano, y encañonándolo en la sien izquierda, le ordenó que gritase “¡Viva la República!” – en cuyo nombre lo estaban martirizando -, recibió por respuesta otro “¡Arriba España!”. Volvió entonces a rugir la chusma, azuzando a la muerte. Rodeó el miliciano el cuerpo del caído y apoyando el caño de la pistola en la nuca de su indefensa víctima, disparó el tiro de gracia.”

Este aterrador documento histórico, aparecido en la última obra de José María Zavala, Las últimas horas de José Antonio, nos revela hasta qué punto el odio, la barbarie y el fanatismo cegó el sentido común y el corazón de los españoles; españoles que se mataban con vehemencia y pasión con armas extranjeras por ideologías extranjeras.

El mismo día en que se produjo el sádico asesinato de José Antonio, 20 de Noviembre, moriría también en Madrid “por fuego amigo” el dirigente anarquista Buenaventura Durruti, cuyo hermano menor, Pedro, era falangista desde la primera hora, y días antes de la ejecución cruel de José Antonio escribió el también héroe emblemático Buenaventura Durruti: “Considero una insensatez y un error capital condenar y fusilar a José Antonio en estos momentos. Sinceramente, y hablando entre nosotros, no reconozco ninguna razón o pretexto que aconseje, y mucho menos justifique, tan precipitada en insólita decisión…Con su muerte, si llega a consumarse ( ya hemos dicho que Durruti fallecería en mismo día que José Antonio), morirá también toda esperanza de reconciliar a  los españoles antes de muchas décadas”. El anarquista Durruti, además, fue también hondamente crítico con la internacionalización de la Guerra Civil, por lo que suponía de entrometimiento de intereses extranjeros en España, lo que asimismo presupone que también él amaba a España, y llena su muerte de misterio.

La muerte de José Antonio