viernes. 17.05.2024
ANáLISIS

Notas desde la barrera. Cap. II: Primera plana

Hay un viejo dicho periodístico que afirma que no hay que dejar que la realidad estropee una buena noticia. En la política española actual, ese dicho se ha transformado en "no dejes que la realidad te estropee una buena demagogia". Basten como ejemplo los indicadores de pobreza, desigualdad o incluso de paro. Las cifras bailarán no porque sean ciertas o falsas, sino por el uso demagógico que quién las diga quiera hacer de ellas.

refugiados manos unidas
Foto de Manos Unidas sobre refugiados

Pero ha sido esta semana, a raíz de la tremenda tragedia de los refugiados sirios, cuando hemos visto mezclar ese dicho con un concepto totalmente nuevo: la solidaridad oportunista. Esta solidaridad consiste en pedir ayuda y atención para estas personas con el fin de atacar a tu institución favorita sin ningún miramiento. Así, aprovechando la ocasión, hemos visto a eurodiputados viajar a Hungría para criticar a la UE, líderes políticos poner cara de pena mientras fusilan al Gobierno, y concejales hacerse selfies mientras claman contra su Alcalde. Eso sí, el eurodiputado se quedó a distancia segura, el líder político no explica de dónde saldrá el dinero necesario y el concejal no se ofrece a hospedar a ningún refugiado en su casa. Porque lo importante es dejar claro lo malvados que son aquellos a quienes ponen verde y no ayudar realmente.

Incluso cuando esas instituciones atacadas se hacen cargo del problema como ellos querían se las critica. Si la UE aumenta el cupo de refugiados para cada país se la ataca por no ser suficiente. Si el Gobierno dice que acogerá los refugiados que se le asignen se le ataca por decirlo hoy y no ayer. Si el Alcalde en cuestión acepta sumarse a las ciudades de acogida se le critica por... qué más da. Hay que seguir atacando. Tienen claro que critican porque algo queda, que lo importante es seguir removiendo los intestinos de la gente y no dejar que su cerebro entre en acción. Eso podría ser peligroso para sus intereses.

No se proponen soluciones, sólo quejas. Si alguien apunta que entre los refugiados puede haber terroristas infiltrados, se quejarán de que ese alguien es un monstruo sin entrañas. Si alguien propone bombardear al Daesh, se argumentarán que habrá víctimas inocentes. Si alguien sugiere una intervención terrestre en Siria, sacarán las viejas pancartas del "No a la guerra". Pero no lo harán porque crean que lo dicho por los demás es falso o piensen que son malas soluciones, sino porque quejarse les servirá para su único y auténtico objetivo: quitar a los que están para ponerse ellos. Poco importa que a Hitler no se le parara con pancartas, demagogia y quejas, o que el paraguas de Chamberlain fuera un símbolo pacifista poco antes de que la Historia lo condenara por no ver el horror que se avecinaba. Ellos están fijos en su afán, aunque ello signifique que la historia se repita.

Como bien dice José Mújica, el gran pecado de la izquierda es el infantilismo. Lo demuestra el hecho de que, para acabar con el Daesh, algunos sólo estén dispuestos a tuitear sin descanso hasta que se rinda. Aunque es justo decir que la propuesta más interesante que he oído en estos días ha sido la de Pedro Sánchez: un gran pacto de Estado sobre los refugiados liderado por el Presidente del Gobierno. Pero este hombre está tan perdido que ni siquiera los suyos le han hecho caso.

Aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid es una vieja tradición de la política española, pero nunca pensé que se llegara al extremo de aprovechar tragedias para dirigirse a las tripas de los electores y ponerlos en contra de las instituciones. Siempre quise creer que los políticos estaban para solucionar problemas y no para crear conflictos. Siempre quise creer que la política era una actividad noble y no una jaula de grillos dónde lo único que se entiende es el "y tú más". Siempre quise creer que mis representantes querían el bien de su pueblo y no el mal del representante rival.

Debo ser un ingenuo.

 

Notas desde la barrera. Cap. II: Primera plana