jueves. 28.03.2024
OPINIóN

Si intervenís, lo estropeáis

Mientras los gobiernos del mundo sigan interviniendo en las economías nacionales, y peor si lo hacen a nivel continental, y mucho peor si lo perpetran a nivel mundial, la crisis se agudizará y el nivel de vida mundial empeorará. Los ordenamientos económicos de la Administración sólo pueden traer el caos al orden natural de la economía.

Los órganos económicos de nuestra Administración pública se introducen como asaltantes facinerosos en la eurítmica armonía de la melodía económica, igual que ruidos estridentes letales que resquebrajan el sublime orden natural de las cosas. Del Banco de España pilotado por Fernández Ordóñez salían crujidos siniestros que empavorecían a los músicos que ejecutaban la melodía económica diaria. La intervención económica de nuestro gobierno, independientemente del color, ha sido puro ruido dísono en la sinfonía de la naturaleza del hombre económico. El gobierno está obligado a paliar el dolor de las crisis (paro, hambre, desalojos, etc.), pero nunca debe cambiar con trampas artificiosas las reglas del juego natural, libre y espontáneo de la economía.

Como ya demostrase Ludwig von Mises si ya ordenar la economía a un antiguo patriarca griego o romano suponía mucha sensatez y un esfuerzo ímprobo, dirigir la economía de un país, por pequeño que éste sea, no sólo supone una tarea titánica sino que fundamentalmente es inútil y finalmente imposible, y casi siempre perjudica el crecimiento económico. La vida en la economía nunca podrá ser sustituida por un gestor, del mismo modo que el césped natural no puede sustituirse por una horrísona alfombra verde. Ni el gestor ni la alfombra dan oxígeno; sólo fealdad y muerte. Los infinitos factores, combinaciones, causas y efectos que entran en juego en la vida económica hacen imposible un modelo económico que domestique o dirija la vida siempre libre de la economía, perfecta representación de la vida humana. Lo más que puede hacer un gobierno es elaborar una orientación económica siempre provisional en cuanto que debe adecuarse cada día a los cambios incesantes que sufre el magma económico. Y esta continua adecuación la hace básicamente inútil.

Los modelos, programas y orientaciones económicas devenidos de instancias gubernamentales siempre han fracasado, incluso en economías cerradas, como la soviética, la fascista-nazi o la franquista. Por ejemplo, en los primeros años del franquismo los institutos agrarios solían aconsejar a los agricultores qué plantas sembrar que dieran más beneficio y que fueran más útiles para cubrir las necesidades más urgentes del país. Al final, produjo esta política agraria, aunque bien intencionada, importantes desastres. De suerte que hasta el propio caudillo consideró que el propio olfato del agricultor y su propio interés constituían la mejor brújula económica, reconvirtiéndose los institutos agrarios en asesores técnicos que aconsejaban y supervisaban el cumplimiento de normas sobre abonos, semillas, insecticidas, etc., haciéndose así fehacientemente útiles.

Si existe en la economía alguna orientación es aquella que se configura como un cálculo común de la escasez, o lo que Walter Eucken llamaba un “medidor de la escasez”, que tácitamente determina la división del trabajo y con ella el aprovisionamiento de bienes. Ninguna ordenación económica central, ningún organismo administrativo central puede sustituir a los precios como los grandes actantes reguladores.

Creer que este gobierno de Bárcenas, o que el gobierno de Filesa, o que cualquier otro gobierno, corrupto como éstos o no, puede con su intervención solucionar esta espantosa crisis económica (y todas las crisis económicas son distintas, ninguna ha tenido jamás un antecedente similar, porque los infinitos factores que intervienen en el hecho económico hacen imposible la repetición de un mismo efecto ) significa creer en el mito de Robinson Crusoe, como gran organizador de la economía en su isla. Dada la interdependencia de todos los fenómenos económicos, las intervenciones gubernamentales sólo traen graves perturbaciones al sistema natural de la economía, realizándose correcciones a saltos sin coordinación posible con factores infinitos. Los gobiernos serán siempre portadores del caos económico.

Por otro lado, dada la conexión existente entre todos los procesos económicos y que éstos discurren siempre de modo diverso, según cual sea la ordenación económica, toda medida de política económica tiene significación diferente en las diversas ordenaciones. Las regulaciones económicas de cualquier gobierno de cualquier pelaje serán siempre introducciones de piezas asistémicas en el perfecto e invisible sistema de la vida económica. La mano invisible y sensata del mercado no sólo no es una leyenda, sino que es un hecho científico.

Por otro lado, toda ordenación económica gubernamental es una amenaza a la libertad de los ciudadanos. Al caer la dirección de la moderna economía en manos del Estado surgieron núcleos centrales de poder, que amenazan con aplastar al individuo. El poder económico va unido en muchos países al poder público. La vida diaria de cada uno es registrada, examinada y reglamentada por Órganos estatales. Dónde y en qué ha de trabajar, dónde puede vivir, qué bienes de consumo le han de ser distribuidos, qué conocimientos debe aprender para entrar en el mercado de trabajo, todo esto lo decide el Estado. ¿Cómo puede existir ahí una esfera de libertad? La vida económica diaria es controlada y dirigida por el Estado, que domina total o parcialmente el complejo económico con sus decenas de millones de puestos de trabajo. El hombre se convierte en una partícula del anónimo complejo económico-estatal. El individuo se convierte en cosa (Gyorgy Lukacs) y pierde su condición de persona. El complejo económico es el fin; el hombre, el medio.

Nadie puede negar que tal concentración de poder económico en manos del Estado y la dirección inmediata de la vida económica diaria por Órganos estatales centrales extingue cada vez más la esfera de libertad de los hombres, sin ser capaz, además, de solucionar ninguna crisis. Es decir, entregamos nuestra libertad al Estado sin la recompensa de que éste nos pueda garantizar no sufrir crisis. Al contrario, el Estado provoca las crisis por introducirse en la economía como un elefante en una cacharrería, o como un Rey en la casa de una musa ovidiana. ¿Es posible una ordenación económica en la que los hombres no sean sólo medios para un fin, en la que no sean sólo partículas del complejo, hombres convertidos en masa, pensando sólo conceptos colectivos y sin esfuerzo propio, amando sólo el mito y no la ratio? Sólo en la economía clásica tenemos la clave.

La política liberal, mientras estuvo bajo la influencia de los clásicos, no fue orientada hacia el problema de la ordenación económica. La solución del problema de dirección la veían los clásicos en el orden “natural”, en el que los precios de competencia dirigen automáticamente el proceso. Creían que este orden natural se realiza espontáneamente, y que el cuerpo de la sociedad no necesita “una dieta específicamente determinada” (A. Smith), es decir, una política determinada de ordenación económica para prosperar. Se llegó así a una política de laissez-faire, en la que se creía que era segura y beneficiosa la confianza en la autorrealización del orden natural.

Pero los liberales de hoy hacen trampa; usan una ideología económica socialista (la intervención del gobierno en la economía) para mejor así enriquecerse a costa del “pueblo trabajador”. La estética del burgués orondo y sensual con habano del siglo XIX, denunciada por el pensamiento obrerista, contenía, sin embargo, más belleza moral que la imagen desaprensiva de Ana Mato, beneficiada por el uso interventor de la economía. Nuestra derecha se ha hecho socialista en la forma de enriquecerse.

Si intervenís, lo estropeáis