Tenemos, o al menos teníamos hasta hace poco, uno de los mejores sistemas sanitarios, con profesionales que han sido, en muchos aspectos, referencia en el mundo. Por eso, opinar desde esta columna es un atrevimiento que no voy a tomarme
La segunda, la podríamos llamar “la eficacia” ¿Estamos siendo eficaces? Parece evidente que no. Aunque a decir verdad no se podía esperar una forma eficaz de afrontar un desastre, desde una administración pública que nunca se ha distinguido por la eficacia. Recordemos, el accidente del tren a Santiago, o los hechos ocurridos en el Madrid Arena, o el accidente del metro de Valencia, o, no digamos, el Yak-42, o los hilillos de plastilina del Prestige, sin olvidar la gestión del 11-M. ¿Cómo podíamos esperar eficacia? No. No podíamos esperar eficacia desde el momento en que a Rajoy se le ocurrió sacarse de la chistera el nombramiento de ministra de Sanidad a Ana Mato. Aquel día toda persona sensata se echó las manos a la cabeza.
¿Y la tercera? El análisis de la crisis del ébola, relacionado con los recortes y el afán privatizador de la Sanidad, resulta el más nefasto de los tres. No se puede esperar una reacción sanitaria acorde a la magnitud del problema que nos ha explotado en las manos, si antes hemos introducido criterios de negocio, y de atonía del sistema público. Solo un sistema de Sanidad Pública Universal y de calidad, puede aspirar a enderezar este tipo de epidemias. Desmantelando centros de investigación, y centros especializados en emergencias, -que teníamos- nunca seremos capaces de enfrentarnos a estas crisis. Ha tenido que venir el virus del ébola para mostrarnos que las políticas de recortes y privatizaciones, nos han hecho retroceder muchos años en la eficacia y el prestigio de nuestro sistema de Salud.