viernes. 26.04.2024
Kuka

Capítulo CXXIX. Lucas

En un pueblo pequeño, donde los pescadores cada mañana, cosían sus redes, mal paradas. Un olor a escama pegada en en las manos curtidas de unas gentes sencillas, cada verano me esperaba un chiquillo algo tímido con su vieja bicicleta. Deseosa del mes de julio, con ganas de apretarme con mis hermanos en un 127, camino de la costa, y papá rezando para que no le tocase ir detrás del coche de línea.

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Todas las mañanas, había un niño en la calle, todos los días un regalo. Una concha, una buganvilla, una peonza pintada a mano.

Me acompañaba en silencio a por los recados, me esperaba en la puerta de la iglesia los domingos, y madre con un apretón de manos me alejaba de su lado.

Jugábamos al escondite por las callejuelas, íbamos a por ranas al estanque y los atardeceres eran maravillosos a su lado.

Cuando terminaba el verano, soñaba con el nuevo año, para volver una vez más a la playa.
Al lado de Lucas, niño tímido que sin pompas ni boatos, me decía todos los días te quiero.


Podrá  nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la tierra
Como un débil cristal.
¡todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor.

Capítulo CXXIX. Lucas