Todas las mañanas, había un niño en la calle, todos los días un regalo. Una concha, una buganvilla, una peonza pintada a mano.
Me acompañaba en silencio a por los recados, me esperaba en la puerta de la iglesia los domingos, y madre con un apretón de manos me alejaba de su lado.
Jugábamos al escondite por las callejuelas, íbamos a por ranas al estanque y los atardeceres eran maravillosos a su lado.
Cuando terminaba el verano, soñaba con el nuevo año, para volver una vez más a la playa.
Al lado de Lucas, niño tímido que sin pompas ni boatos, me decía todos los días te quiero.
Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la tierra
Como un débil cristal.
¡todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor.