La misma en silencio, y sin decir nada se agacha, coge mi plástico y lo deposita en una papelera. La vergüenza se apodera de mi, una lección que nunca olvidaré, y la esperanza de que no todo el mundo es igual.
Poco a poco iré quitándome capas que me ahogan. La primera de todas, la mala educación, después los prejuicios, seguidos de etiquetas y demás chismorreos, dejaré también atrás las historias inventadas de otras personas, las cuales no sé nada de sus vidas.
Y la peor de todas, la más mortífera, el miedo que no me deja seguir caminando.
Empacho monumental, que a diario nos bombardea, con cataclismos, y demás enfermedades, este maldito cáncer de esta sociedad está implantado en nuestros cerebros.
Paralizados y autistas, vamos en masa a nuestras obligaciones, con la vista baja, y el semblante serio, este gran mal, no nos deja seguir adelante.
Caminando libre y sin ataduras mentales, la felicidad y la Paz interior van cogidas de mi mano, hasta el fin de mis días, sin importarme la fecha de partida al Camposanto.