viernes. 26.04.2024
KUKA

Capítulo CXXVII. La Torcuata

En el tiempo del estraperlo, de la mala leche escondida bajo un tricornio, cuando todo se pagaba a golpe de palos y como no cantaras el cara al sol terminabas detrás de las rejas, o exiliado de tu país, en una pequeña aldea había una mujer que se ganaba la vida como podía.
 

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Se le veía colgada de un risco cogiendo alguna hierba para preparar algún mejunje, por los caminos encorvada, portando leña. Cuando alguna moza se ponía de parto era ella la matrona. También la clínica abortiva de alguna descarriada.

Si te dolía cualquier parte del cuerpo, ella te daba alguna opción para sanarla. También aliñaba como las ensaladas los amores y desamores de los desesperados. Los niños cuando pasaban por su lado salían despavoridos calle abajo, ¡la bruja! gritaban.

Pero fijaos que hasta el alcalde y su mesonera pedían consejo a esa vieja borracha. Todo el vino era poco para aliviar su alma. Un secreto escondido la atormentaba cada noche, amparada por el techo de alguna cuadra.

Una mañana fría como la mirada despiadada de una gata parda, el párroco de la iglesia la encontró muerta en una cuneta. Como un saco de huesos y cuatro pelos blancos fue enterrada. No fue nadie a darle sepultura, tampoco a llorarla. Pero en el fondo todos la añoraban.

Decía la cantinera a sus borrachuzos: "El alcohol puede maquillar las penas pero no abriga, que no os pase como a la Torcuata". 

Kuka

Capítulo CXXVII. La Torcuata