martes. 30.04.2024
Las historias de Kuka

Capítulo LXXXII. Cuando empieza a atardecer

Como Norma  Daitmon en Crepúsculo de los Dioses, sin aceptar que el paso de la juventud a la madurez es un trance que se agrava mirándome al espejo y no encuentras una arruga. Después de veinte años y la misma talla de falda, no veo nada más que desánimo al comprobar que todo ese tiempo es sólo un suspiro.

KUKA NUEVO 2

La más pequeña del grupo pasa a ver como todo el mundo es menor, y servidora busca gente igual en peor estado para hacer absurdas comparaciones que sólo conducen al consuelo más engañoso.

Bombardeo constante de la juventud eterna, cuerpos de barbies y fachadas impolutas, inalcanzables para los mortales, aturden mi ser dejándome llevar por la corriente más frívola, que desembocan al vacío absoluto. 

Diosas incorruptas me acosan en todos los medios provocando en mi una llamada de teléfono a alguna clínica para dar comienzo a la momificación de mi cuerpo.

La duda me invade para dar respuesta a una pregunta. ¿Debería ir contracorriente o aceptar el paso del tiempo? Cuándo se produce el desequilibrio entre cuerpo y mente, el postre que me espera es la menopausia.

Que sí, que es muy guay ser tú mismo. Claro, sin rozar el frikismo, adornado con la ropa de una quinceañera.

Debajo de un árbol roñoso en mi parque, como Scarlet pongo a Dios por testigo, de que nunca volveré a tirar mi autoestima por el retrete. Después me voy al rastro de compras enriquecedoras de almas desconsoladas. Se despide Kuka.

Capítulo LXXXII. Cuando empieza a atardecer